miércoles, septiembre 08, 2004

Diez claves sobre Chechenia

Por Carlos Taibo (profesor de Ciencia Pol�tica en la Universidad Aut�noma de Madrid y autor de El conflicto de Chechenia)


1. Sorprende la inferencia de que el presidente ruso, Putin, ha sentido y siente profundo inter�s por las vidas de los rehenes, que han padecido la indefendible acci�n desarrollada por un comando presumiblemente checheno. Los numerosos hechos luctuosos que se han desarrollado en los �ltimos a�os han operado, antes bien, como oportun�sima catapulta para el asentamiento del poder de Putin. As�, han permitido perfilar pol�ticas de honda matriz represiva y han propiciado un visible cierre de filas de la poblaci�n, todo ello merced a la instrumentalizaci�n, en inmoral provecho propio, de la tragedia chechena.
2. Para muchos analistas se ha registrado en las �ltimas semanas una incipiente mutaci�n. El tratamiento medi�tico que el Kremlin ofreci� del derribo de dos aviones -poco propicio, inicialmente, a reconocer un atentado y a atribuir �ste a la resistencia chechena- implicaba una visible novedad. En lo que ata�e a la toma de rehenes en Osetia del Norte, las autoridades rusas han pronunciado pocas veces el adjetivo checheno, arrojando la responsabilidad de los hechos sobre el terrorismo internacional. A la luz de tales cambios parece razonable apuntar que el Kremlin se estaba percatando de que una parte de la opini�n p�blica rusa empezaba a recelar de los modos y los proyectos de Putin, como recela de la eficacia de los servicios de seguridad. Ojal� sea, efectivamente, as�.

3. Nuestros medios de comunicaci�n siguen siendo agentes de una delicada distorsi�n informativa: s�lo se habla de Chechenia cuando se registra alguna acci�n de terror de la resistencia local. Ello propicia el olvido de lo que ocurre en la propia Chechenia. Y es que si el adjetivo terrorista conviene a los integrantes del comando que ha actuado en Osetia del Norte, lo suyo es que nos preguntemos por qu� no echamos mano de la misma f�rmula para describir las acciones del Ej�rcito ruso un poco m�s hacia el este: Mosc� ha defendido una pol�tica de tierra quemada, de tal suerte que en los �ltimos diez a�os ning�n recinto del planeta ha experimentado un grado de destrucci�n, y una cifra porcentual de muertos, equiparable. Para saber c�mo se las gasta esta formidable maquinaria de terror que es el Ej�rcito ruso basta con echarla una ojeada a los libros de Anna Politk�vskaya y a los sucesivos informes de Amnist�a Internacional.

4. Uno de los elementos centrales de la estrategia autolegitimatoria del Kremlin es el que identifica en toda la resistencia chechena una un�nime adhesi�n al terrorismo m�s desbocado y al islamismo m�s violento. Semejante descripci�n es una burda e interesada distorsi�n de la realidad. El presidente checheno elegido en 1997, Masj�dov, reflejo de las querencias mayoritarias en el seno de la resistencia, se ha desmarcado siempre de los hechos de terror protagonizados por grupos como el encabezado por Bas�yev. Identificar sin m�s a Masj�dov con Bas�yev es un desafuero moral que tiene una consecuencia delicada: Putin ha cancelado la perspectiva de que del otro lado emerja un interlocutor pol�tico con el que se pueda negociar.

5. En lo que a la era de Putin respecta, el comportamiento de las autoridades rusas hunde sus ra�ces en decisiones asumidas en la segunda mitad de 1999: entonces el nuevo primer ministro se empe�� en cancelar los efectos del acuerdo de paz sobre Chechenia suscrito tres a�os antes. Al poco Putin dej� claro que el prop�sito de la invasi�n rusa de octubre de 1999 no estribaba en hacer frente a una amenaza terrorista, sino en restaurar la integridad territorial de la Federaci�n. Aunque Mosc� adujo datos innegables -el caos imperante en Chechenia, los atentados de septiembre de 1999-, su apuesta por la resoluci�n negociada del conflicto fue siempre nula. As�, el Kremlin no cumpli� con sus compromisos econ�micos y la autor�a de los atentados moscovitas todav�a hoy se discute. Entre tanto, la opini�n de la poblaci�n chechena no tiene peso alguno a los ojos de Putin, quien considera que Chechenia es, indisputablemente, Rusia.

6. S�lo cabe calificar de farsa el proceso pol�tico alentado, los dos �ltimos a�os, en Chechenia y asentado en la promulgaci�n de una Constituci�n, la concesi�n de una fantasmag�rica autonom�a y el apuntalamiento de un gobierno servil. Un retrato cabal de ese proyecto lo aportan las elecciones recientemente celebradas sin el concurso de candidatos independentistas, con el derecho de voto reconocido a los soldados rusos y sin observadores independientes. La idea de que Putin pelea en Chechenia por la causa de la democracia recuerda a la pareja superstici�n de que Bush hace lo propio en el Irak de estas horas.

7. Nadie sabe a ciencia cierta qu� piensa el checheno de a pie. Es l�cito adelantar que la mayor�a de los chechenos est� harta de casi todo: de la guerrilla como del Ej�rcito ruso. Dicho eso, los datos se ordenan para concluir que, en condiciones de libertad, el apoyo a una Chechenia independiente ser�a mayoritario. Sorprende que quienes dicen defender la causa de la democracia no presten mayor atenci�n a este hecho. Agreguemos que a Chechenia, un pa�s de incorporaci�n reciente a la trama imperial ruso-sovi�tica, le corresponde un relieve menor en la configuraci�n del imaginario nacional consiguiente, circunstancia que, al menos sobre el papel, podr�a facilitar una salida negociada.

8. Si hay algo indignante en las reflexiones que los hechos de estas horas suscitan, ese algo es la reaparici�n espectacular de las abruptas simplificaciones a las que se entrega un discurso, muy reaccionario, que ve al terrorismo internacional por todas partes. De entre las muchas consecuencias negativas hay dos singularmente delicadas. La primera habla de un formidable olvido de las claves propias de los conflictos que jalonan el mundo: si ya sabemos que Al Qaeda est� por detr�s de todos los males, para qu� reflexionar, entonces, sobre lo que ocurre en Chechenia. La segunda la configura una franca aceptaci�n del todo vale. Como gustan de repetirlo los gobernantes rusos, con los terroristas no se negocia: se les aniquila. Curiosa interpretaci�n �sta de las reglas del Estado de derecho.

9. Es dif�cil separar el contencioso checheno de una trama, la del Oriente Pr�ximo y la cuenca del Caspio, en la que se aprecia el aliento de una codiciosa pol�tica norteamericana encaminada a controlar jugosas materias primas energ�ticas. La actitud de los agentes regionales a buen seguro que mucho le debe a esa pol�tica. Washington juega dos cartas en el C�ucaso: si la primera invita a mantener una relaci�n fluida con Rusia -con mutuos silencios ante los desmanes respectivos-, la segunda implica despliegues militares de cierta importancia, como el verificado en 2001 en Georgia. Tras esta disputa entre l�gicas imperiales, conviene precisar que el relieve del petr�leo para dar cuenta del conflicto de Chechenia es hoy menor: si, por un lado, la riqueza energ�tica del pa�s se vio esquilmada en la etapa sovi�tica, por el otro la pol�tica de conductos que abrazan Rusia y EE UU ha esquivado, significativamente, el territorio checheno.

10. No es m�s edificante la actitud asumida por las potencias europeas. Desde el 11 de septiembre de 2001, sus responsables ya no miran hacia otro lado cuando se habla de Chechenia: le dan palmaditas en el hombro al presidente Putin. Semejante ejercicio de doble moral, de acatamiento subrepticio del todo vale y de silencio ostentoso ante los efectos del terror de Estado tiene que producir escalofr�os. La credibilidad de la Uni�n Europea est� en juego en estas horas, tanto m�s si opta, como acostumbra, por primar los intereses sobre los principios.

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