Reconozco que es una tara, pero no puedo entusiasmarme con un CD. El cart�n brillante de la tapa de un disco de doce pulgadas se me antoja m�s noble que el pl�stico ?que siempre termina rayado, opaco y partido. Dicen que el tama�o no importa, pero puedo asegurar que no es lo mismo desplegar un sobre gatefold que permite apreciar el arte de portada en contundentes 62x31 cent�metros, que su pat�tica e incompleta reproducci�n de 12x12 en el CD. Evidentemente no soy el �nico que piensa tal cosa, ya que desde que existe el CD cada vez menos artistas pl�sticos se ocupan de hacer tapas. La tarea recay� en las �vidas manos de dise�adores gr�ficos. Una portada como la que Andy Warhol cre� para Sticky Fingers de los Rolling Stones (la foto en tama�o natural de una entrepierna con un cierre rel�mpago real ) es irreproducible en formato compacto.
El CD mismo, ese aburrido c�rculo plateado que, en el mejor de los casos, viene con una foto, no podr�a, en un mundo sensato, rivalizar con las posibilidades del vinilo: negro, transparente, fosforescente, de colores que provocan efectos �pticos cuando giran en la bandeja o cortado en formatos sorprendentes (tengo un disco verde que tiene la forma de un estado norteamericano, otro que es la cabeza de un astronauta). Un interlocutor pragm�tico podr�a impacientarse: ?Todo esto es accesorio, lo importante es la m�sica?, dir�a y se equivocar�a brutalmente. Un disco se escucha pero tambi�n se mira y, especialmente, se lee.
Otra l�nea de defensa del CD dice que suena mejor, a lo que los fundamentalistas del microsurco responden que el vinilo suena mejor. Si yo dispusiera de una bandeja Simon Yorke Serie 9 (20 mil d�lares en Internet) y una c�psula Koetsu Tiger Eye (dise�ada por Yosiaki Sugano, tambi�n cal�grafo y fabricante de espadas de samurai; 13 mil d�lares) tal vez descubrir�a, en mis viejos vinilos, sonidos inaudibles en sus reediciones en CD. De vuelta a la realidad, s�lo puedo decir que el vinilo y el CD suenan distinto, sobre todo porque ?mejor? nunca se vuelve un t�rmino tan subjetivo como cuando se refiere al sonido. Los puristas dicen que debe ser plano, casi todos los dem�s prefieren bajos que se puedan medir en la escala Richter y agudos les hagan saltar el esmalte de los dientes. Yo dir�a que esto �ltimo se puede lograr m�s facil con un CD que con un vinilo.
Hay algo que, incontestablemente, el CD no logr� hacer: convertirse en un objeto de colecci�n. Como el CD casi no se deteriora tarda mucho m�s que un vinilo en desaparecer y su valor de usado se mantiene fijo. Las continuas reediciones, adem�s, hacen que los t�tulos m�s buscados est�n disponibles. Y, encima, la mayor parte de ellos son �lbumes originalmente aparecidos en vinilo (al margen: el pasaje del vinilo al digital fue un negocio extraordinario para las compa��as discogr�ficas, que reeditaron en CD, al mismo precio que los discos nuevos, t�tulos de cat�logo cuyo costo ya se hab�a pagado en su edici�n original; la pirater�a en CD-R ser�a, entonces, una suerte de justicia po�tica). Un coleccionista no quiere reediciones quiere, necesita, primeras ediciones, originales, objetos escasos.
El lado oscuro del coleccionismo: un coleccionista, por lo general, no usa su colecci�n sino que la contempla. No escucha sus discos, los ordena. No busca placer est�tico, sino la satisfacci�n (imposible) de un deseo obsesivo: completar. La m�sica, realmente, es lo de menos. Para un coleccionista serio de Los Beatles, por ejemplo, los �tems m�s buscados son los misprints, los discos que de un lado vienen, por error, con un tema de otro artista, es decir, parad�jicamente, los que no tienen m�sica de los Beatles. Para los menos obsesivos, la mayor parte de los buscadores de vinilos, el formato ofrece discos que quer�amos escuchar en un packaging mucho m�s atractivo que el de un CD y a un tercio o menos de su valor.
Aquello que determina el valor de un disco usado no es, obviamente, la calidad art�stica, sino la combinaci�n de tres factores: qu� tan buscado es, qu� tan raro es y en qu� estado est�. Los valores altos siempre se refieren a la condici�n mint o impecable. Un disco raro de rock progresivo nacional de la d�cada del 70 puede alcanzar, en Internet, valores de varios cientos de d�lares. Pero s�lo si est� en perfecto estado. Tras la devaluaci�n, coleccionistas extranjeros compraron gran cantidad de discos en nuestro pa�s, suceso que gener� todo un cat�logo de historias de argentinidad al palo: la inevitable del tipo que trat� de vender un disco hecho pomada como si fuera nuevo, la triste del que junt� los vinilos de Ra�l Porchetto, Julio Iglesias, Rafaela Carr�, los Bee Gees y Kiss que hab�a en su hogar, como en todos, y calcul� que podr�a sacar sesenta pesos por cada uno.
En general, los valores var�an rabiosamente y por ello es una modesta aventura el salir a buscar vinilos: el momento en que encuentro a cinco pesos justo el disco que estaba buscando tiene algo de la euforia de las adicciones. Los precios razonables para �lbumes de rock y jazz en ediciones importadas van de ocho a veinte pesos. Las nacionales son m�s baratas, a menos que sean rock nacional, en cuyo caso esos valores se mantienen. En los �ltimos a�os, muchos disqueros subieron sus precios, cebados por la posibilidad de vender m�s caro a los extranjeros y por la escalada de los precios de los CD tras la devaluaci�n. Y porque parece haber subido la demanda.
El crecimiento de los buscadores de vinilos tiene que ver con contingencias econ�micas, tecnol�gicas (la cultura del sampling de los �ltimos a�os est� asentada en la existencia de vinilos en oferta: de otro modo ser�a imposible para un m�sico o DJ comprar 30 discos ignotos para explorar sonidos) pero, tambi�n, existe un motivo m�s universal: la nostalgia. La �ltima generaci�n que creci� con el disco de vinilo, los que ahora tenemos entre 28 y 40 a�os, acaso veamos en �l un ancla en la juventud, una forma de paliar el dolor de envejecer. Entonces, �d�nde, d�nde encontrarlos?
Los interesados pueden encontrar una gu�a en el n�mero de esta semana de la revista Lleg�s
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