lunes, noviembre 22, 2004

Abbey Road, by Fabi�n Casas

para Lingenti y DJ Campe�n


�Hacia d�nde iban los Beatles ese mediod�a soleado del 69? Los cuatro muchachos de la clase trabajadora de Liverpool parecen estar cruzando de una d�cada a otra. Pero no lo iban a hacer juntos. Los sue�os dorados empezaban a tener fecha de vencimiento. Por ahora, s�lo Paul y Ringo llegaron vivos a la otra vereda.

Los Beatles fueron extraordinarios como m�sicos, lograron demostrar que la alta capacidad creativa puede ir de la mano con con una popularidad inmensa. Un fen�meno extra�o. No bajaron los decibeles ni un poquito para ser m�s comerciales. En cada uno de sus discos encontramos temas que se est�n componiendo ahora de nuevo bajo otro nombre y en cualquier parte del planeta. La frase que Cort�zar le hac�a decir al Perseguidor (?esto lo estoy tocando ma�ana?), podr�a servir para graficar el efecto que tuvieron y tienen las canciones de los Beatles.

Pero no fueron s�lo sus canciones. Los tipos la pon�an siempre en el �ngulo. Pocos grupos se preocuparon tanto por pelar una iconograf�a tan creativa. Las tapas de los discos de los Beatles son, sin duda, arte pop. Ah� los tenemos, difusos y abrigados en Rubber Soul; psicod�licos en el collage de Revolver; y ba�ados en �cido en el Sargent Pepper, frente a su jard�n bonsai de cannabis. Cada tapa produjo su hermen�utica, propuls� su mito (no s�lo el mito de los Beatles, sino el mito de la tapa).

Nuestra vida esta hecha de im�genes que se incrustan en la memoria precisamente porque remiten a tantos significados que no podemos darle un solo sentido y guardarlas en el caj�n para siempre. Estas im�genes no nos dejan tranquilos. Y es probable que ninguna imagen, ninguna canci�n, sea tan importante sino le agregamos nuestra huella vital. Hay un libro que recopila testimonios de gente que cuenta qu� estaba haciendo cuando escuch� por primera vez un tema de Sargent Pepper. El momento vivido qued� enlazado a ?la m�s maravillosa m�sica?. Una m�sica que, en 1967, parec�a venir del espacio exterior. Quien escribe estas l�neas no se va a poder olvidar nunca lo que sinti� (y d�nde estaba y qu� hac�a) cuando escuch� la voz de Spinetta salir del Winco blanco para cantar ?qu� calor har� sin vos/ en verano?.

De todas las tapas de los Beatles, la de Abbey Road, el �ltimo disco de estudio del grupo, es la que m�s me fascina. En realidad, me fascinan disco y envoltorio por igual, forma y contenido. El mito que trae la tapa con respecto a la muerte de Paul me interes� siempre muy poco. No le agregaba nada a la gloriosa fotograf�a de Ian MacMillan. Pero igual lo podr�amos repasar r�pidamente. Se dec�a que McCartney estaba muerto, que por eso el doble de Paul cruzaba la calle descalzo, que Ringo, vestido de negro, era el que comandaba el servicio f�nebre y que George, de vaqueros, era el enterrador. John, de blanco, ser�a el �ngel de la guarda. En el trasero del Wolskwagen blanco, la patente dice IF 28, es decir, si Paul viviera tendr�a 28. Muchos a�os despu�s Paul parodi� esta tapa en su album Paul Is Live. Y otro dato clave: el falso Paul ten�a el cigarrillo en la mano derecha. Y el bajista m�s famoso del mundo es zurdo. Y, lo m�s extra�o de todo, era la convicci�n de que los Beatles (los tres que quedaban vivos) enviaban estas se�ales a todos sus fans. �Ser�a por alg�n complejo de culpa al seguir en el negocio despu�s de la muerte del bueno de Paul?

Sin embargo, la historia de la tapa de Abbey Road es mucho m�s sencilla. El disco se iba a llamar Everest, porque �se era el nombre de los cigarrillos que fumaba Geoff Emerick, el ingeniero de sonido. Se lleg� hasta a hablar de un viaje al Tibet para hacer la foto al pie de la colosal monta�a. Pero para esa �poca los Fabulosos ya estaban un poco cansados, y a Paul se le ocurri� (no s�lo se le ocurri�, sino que bocet� la tapa, como lo hizo con Sargent Pepper) que el �lbum se pod�a llamar simplemente Abbey Road, como la calle donde estaban los estudios de grabaci�n. As� que un mediod�a salieron a la calle, siguieron el gui�n de McCartney (quien estaba con sandalias y se las quit�) y Ian MacMillan s�lo necesit� sacar cuatro fotos para encontrar la que se volver�a inmortal. Desde entonces, ah� est�n, cruzando la calle.

Y ah� estaban, en el lado de adentro de la puerta del ropero de mi primo. Junto a una foto del Che entrando en la Habana con Castro, una propaganda de Coca Cola, una chica en bikini, una foto del General y un p�ster del Corto Malt�s, de Hugo Pratt.Y tambi�n, paradita junto a la pila de remeras, la botella blanca del perfume Old Spice.

Creo que fue el poeta Joseph Brodsky quien dijo que se hab�a enamorado de la cara de Beckett antes de leer una sola l�nea del Irland�s. Es probable que a m� me fascinara ese p�ster de los cuatro peatones melenudos mucho antes de escuchar su m�sica. En esa �poca (yo nac� en el 65, cuando los Beatles estaban al dente) ellos ya se hab�an separado y yo mas bien sol�a escuchar temas mel�dicos que iban desde Roberto Carlos a Nicola Di Bari en el combinado que mi mam� ten�a en su pieza.

Pero en la pieza de adelante estaba el b�nker de mi primo. Y all� abundaban los comics de la Editorial Novaro (toda la saga de los super h�roes), la Balada del Mar Salado de Pratt, El Anticristo de Nietzsche, amigos melenudos, revistas pol�ticas, fotos de Per�n y, lo que m�s preocupaba a mi viejo, algunos explosivos que los compa�eros le ped�an que guardara hasta que tuvieran que usarlos. Me acuerdo el d�a que recorr� su pieza vac�a porque pensaba que no lo iba a volver a ver. Mi primo hab�a ido a Ezeiza y no volvi� a casa esa noche. La radio y la tele tra�an malas noticias. Ezeiza, que iba a ser el festival de bienvenida, nuestro Woodstock, termin� siendo una masacre. Lo cierto es que ning�n m�sico de rock argentino concentr� la atenci�n pol�tica de la juventud como lo hizo Juan Domingo Per�n. Una foto del Duce con dos caniches, en un jard�n de Puerta de Hierro, se enfrentaba en el ropero de mi primo a la de la tapa de Abbey Road.

Pero en realidad no se enfrentaba, se mezclaba, se sintetizaba en una efervescencia como no se volvi� a ver. Mi primo me llevaba a las facultades tomadas, a las villas donde pasaban pel�culas, me le�a literatura que apenas pod�a entender y representaba, para mis viejos, el peligro. Tambi�n me hac�a escuchar Abbey Road, de los Beatles y me se�alaba el p�ster, la tapa, la cara de una �poca inolvidable.

As� que, en el mundo seg�n mi primo, ese hombre viejo, que sal�a en piyama a saludar desde su balc�n de Gaspar Campos, era tan revoltoso como los Beatles. Una tarde volv� del colegio cantando ?Lanusse, Lanusse, dej� el sill�n/que viene un presidente llamado Juan Per�n?, y mi mam�, cuando escuch� esa maravillosa m�sica, casi se muere de un infarto e inici� una investigaci�n para saber qui�n me la hab�a ense�ado. De golpe, a medida que crec�a, empezaba a distinguir las cosas que eran peligrosas. Y estas cosas me entusiasmaban. Mi primo ten�a pelo largo, usaba jeans y zuecos. Estudiaba en Bellas Artes. Cre�a, como Rimbaud, que hab�a que cambiar la vida. Y, a diferencia de muchos ret�ricos, �l estaba tratando de cambiarla en serio.

De modo que la tapa de Abbey Road est� mezclada en mi memoria con la vida de mi primo. Pero �qu� m�s hay en esa foto? Por ejemplo, un Londres luminoso en contraste con sus famosos d�as estereotipados de niebla (el mismo Londres luminoso que muestra Michelangelo Antonioni en Blow Up). Hay sol en las canciones del disco (Sun King, de Lennon, Here Comes the Sun, de Harrison) y sol en la senda peatonal de los Fabulosos. Termina una �poca, ellos est�n hastiados de ser beatles, pero igual se las arreglan para llamar a George Martin y pedirle que los ayude a hacer un �lbum como en los buenos tiempos. Los cuatrillizos vestidos iguales por Brian Epstein hab�an crecido y se vest�an cada uno como les daba la gana.

Si el Album Blanco fue una recopilaci�n de canciones de los tres compositores por separado (Harrison empezaba a pesar definitivamente en este sentido), Abbey Road los encuentra en una unidad enga�osa que se remarca en el collage del lado B, donde en un popurr� varias canciones sin terminar se ensamblan unas a otras con una maestr�a inaudita. Desde que escuch� ese disco por primera vez, ya ha pasado mucho tiempo. Y estuve en infinidad de reuniones donde en las sobremesas de borrachos, cada comensal empieza a discutir sobre cu�l es su beatle preferido. Oponen al vanguardista Lennon contra el supuesto complaciente Paul. O dicen, simplemente, que el introspectivo George es el genio oculto de los Beatles. Ringo, a veces, es caratulado como un buen tipo. Cada uno parecer�a un elemento de la naturaleza que, en una partitura astrol�gica, nos dar�a el sentido a nuestro car�cter. ?Yo tengo ascendente en Paul?, ?yo, en Harrison?. Sin embargo, los Beatles tambi�n dieron un ejemplo en esto. Para ellos no hubo antagonismos irrefutables. Tomaron de todas las fuentes as� se llamaran Hendrix, Stones, Dylan, Wilson o Elvis.

Posiblemente fueron tan grandes porque a la hora robar, lo hicieron sin distinci�n de credos ni de razas. Y demostraron que los cuatro, y s�lo los cuatro, eran la fuerza creadora que se llam� Beatles. El h�roe era colectivo y no individual. Ahora que todo tiene nombre y apellido y que muchas personas persiguen a la fama como Aquiles corre a la tortuga, es conmovedor pensar en esos hombres de la Edad Media que se pasaban su vida construyendo las inmensas catedrales en el anonimato. Obras que no iban a poder ver terminadas en el poco tiempo que ten�an para vivir.

Cuando mi primo me hizo escuchar Abbey Road por primera vez, sent� un rechazo inicial por esa m�sica tan diferente a la que ven�a escuchando; aunque ya mi corta experiencia me hab�a ense�ado que todo lo que ven�a de �l val�a la pena. La melod�a beatle tard� un tiempo en macerarse en mi cabeza. Y cuando se activ�, fue letal. Era un c�ctel de m�sica, flower power, �cidos, Che Guevara y Ezeiza. Desde ese entonces s� que es precisamente en los cruces donde est� lo m�s interesante. Que un escritor polaco perdido en Buenos Aires puede escribir ?sin propon�rselo- la gran novela argentina. Que los caminos de los puristas conducen irremediablemente al fascismo. Y que el odio y el miedo tambi�n llevan a ese domicilio.

Fabi�n Casas. Claypole, 2004

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