viernes, enero 21, 2005

una nota que no sali�

En el teatro cl�sico, todo lo que ten�a que ser contado pero no deb�a o no pod�a mostrarse, era narrado a trav�s de sombras o sonidos que proven�an de atr�s del escenario. Estos sucesos eran llamados ?ob-scenus?, porque estaban fuera de la escena. El t�rmino lleg� a nuestros d�as con pocas variaciones en la forma y en el significado: lo obsceno es aquello que no debe ser exhibido p�blicamente porque tal cosa constituye una afrenta. En el imperio romano, era todo aquello que pod�a ofender a los dioses. Luego, tras siglos de represi�n cat�lica, quedar�a ligado casi exclusivamente a la manifestaci�n de la sexualidad. Si conservamos el significado original, lo obsceno como aquello que debe quedar fuera de la escena, como todo aquello que no debe pertenecer al �mbito p�blico, hay que concluir que nuestra televisi�n es el medio m�s obsceno de la historia. Y no por la proliferaci�n de programas al estilo Contalo, contalo o Indiscreciones, en los que lo privado es una ficci�n creada para la promoci�n de las supuestas ?v�ctimas? de los chimenteros, sino porque nuestra tv ya se acostumbr� a convertir a la miseria ajena en espect�culo. Y, peor a�n, a disfrazar de servicio p�blico lo que no es m�s que la explotaci�n vulgar de dolor de los dem�s. Tal cosa se vio durante la innecesaria cobertura de todo un d�a por parte de los canales de aire de la masacre de Croma��n, con su incasable repetici�n de im�genes de chicos muertos y personas llorando a sus seres queridos. �A qui�n sirve eso? �A qui�n sirven t�tulos del estilo ?Exclusivo: las im�genes del dolor?, vistos en todos los canales? Habr�a que preguntarse porque la exclusividad es un valor ante im�genes de una tragedia. La respuesta: porque son mercanc�as buscadas que atraen espectadores. Si su exhibici�n realmente fuera un servicio, no se se�alar�a la limitaci�n de la exclusividad, sino que se llamar�a a la difusi�n y circulaci�n de tales im�genes. Pero no, para nuestra tv (y para revista Gente y medios similares) los cad�veres son ?exclusivos?.

La misma falta de pudor ante situaciones que reclaman intimidad puede verse en casi todo ciclo televisivo que incluya gente ?real?. Pareciera que el requisito que la tv impone a un espectador para pasar del otro lado de la pantalla es estar dispuesto a hacer p�blica alguna forma de degradaci�n personal. Se vio, con un alt�simo componente de ficci�n, en los talk shows de la tarde y se ve, actualmente, en ciclos como Adikta 3.0, en el que ex adictos recitan un mea culpa por sus flaquezas o en Transformaciones, donde los participantes son forzados a regodearse en su profundo odio por s� mismos y a describirse p�blicamente como si fueran monstruos para resaltar la necesidad y el poder de la ?transformaci�n?. Confesiones del tipo ?no ten�a vida sexual?, ?me quer�a suicidar?, se vieron, id�nticas, en temas tan dis�miles como los adictos al trabajo y los hiperobesos de 300 kilos. Es que no se trata de solucionar problemas, sino de exhibir lo que se esconde en la vida privada de los dem�s para que el resto de los espectadores puede respirar aliviado: ?uf, yo estoy mejor?.

La recientemente fallecida Susan Sontag, en un ensayo famoso acerca de la fotograf�a, ped�a una ?ecolog�a de la im�genes? para resguardar nuestro asombro, nuestra indignaci�n ?y el poder de esa indignaci�n para llamar a la acci�n- para las causas que lo valieran. Desde luego, nuestra tv no tiene el menor inter�s en intentar una ecolog�a semejante: quiere estimularnos como pueda, con dolor, con miseria, con miedo, con muerte. El problema es que nos acostumbramos a esas imagenes y nos acostumbramos, tambi�n, a que desaparezcan de nuestro horizonte sin hacer nada, sin movilizarse, s�lo con cambiar de canal. �Por qu� ?y no para llamar a la prohibici�n, sino simplemente para se�alar la incoherencia- si el COMFER dice perseguir la obscenidad y pone el grito en el cielo cada vez que la defectuosa codificaci�n de los canales porno deja ver un culo de m�s, no act�a tambi�n contra la obscenidad de mostrar el dolor como un entretenimiento para la hora de la cena que, en verdad, resulta mucho m�s lacerante?

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