jueves, marzo 24, 2005

Opinator, el regreso: opinando de todo un poco

Mi idea sobre el aborto y la eutanasia es que desde un punto de vista conceptual, abstracto, "filos�fico", digamos, el debate es infinito. Sin haber agotado ni de muy lejos la bibliograf�a sobre el tema, sin ser siquiera un aficionado a los problemas de la bio�tica y tan s�lo habiendo le�do algunas pol�micas, me parece que los argumentos a favor y en contra son igualmente s�lidos e igualmente inasibles. Es una perogrullada, seguro, pero creo que la �nica forma de avanzar sobre el tema es abord�ndolo desde un punto de vista pragm�tico.

El aborto es una pr�ctica cotidiana. En Argentina, seg�n una estad�stica del INDEC, el 37 por ciento de los embarazos termina en aborto, es decir, se producen cerca de medio mill�n de abortos por a�o. La experiencia demuestra que la legislaci�n que los penaliza no sirve para desalentarlos entre otras cosas porque, algo que cualquier penalista sabe, la posibilidad de un castigo no suele amedrentar a quien decidi� violar una ley, ya que, siempre, esa persona act�a bajo la presunci�n de que no va a ser descubierta. La penalizaci�n del aborto tiene un �nico efecto: que aquellos que no tienen dinero para pagar un m�dico dispuesto a realizarlo deban recurrir a pr�cticas caseras o a cargo de gente sin preparaci�n alguna, muy riesgosas y que, a veces, terminan con complicaciones graves o la muerte de la madre. Seg�n la misma estad�stica, en Argentina, el 50 por ciento de las muertes de mujeres como consecuencia del embarazo se produce por abortos clandestinos. Si hubiera una legislaci�n que despenalizara el aborto, la gente sin medios econ�micos podr�a recurrir al sistema de salud p�blico y gratuito y realizar la intervenci�n dentro de condiciones sanitarias controladas, sin riesgo para la embarazada. Es decir, si se pudiera abortar en un hospital, el total de las muertes durante el embarazo probablemente se reducir�a a la mitad.

Me parece que, en estos t�rminos, no hay mucho debate posible. Desde luego, esto no quiere decir que el aborto sea algo deseable. En particular, imagino que no lo es para la mujer que va a sufrirlo. Se trata de sincerar una situaci�n que existe y que no va a mejorar con las posturas sacrificiales y medievales que exige la religi�n -hay que preservar la vida a toda costa y, en �ltimo caso, dejar que la naturaleza siga su curso (las enfermedades tambi�n son manifestaciones naturales, �en ese caso habr�a que hacer lo mismo?)-. Con cifras en la mano, se hace evidente que lo verdaderamente criminal es que el aborto sea penalizado. El problema "filos�fico" (�desde cuando hay vida humana: desde que existe un adn distinto al de la madre y el del padre, desde que se forma el cerebro, desde que late el coraz�n, desde que el feto puede subsistir sin la madre, etc?) es insoluble y por lo tanto mantiene la cuesti�n siempre en el mismo punto. Es decir, sirve a quienes aspiran a que no se avance sobre el problema, a que las cosas queden como est�n.

Mucho m�s simple que responder a esas preguntas imposibles es ver la hipocres�a de quienes las hacen. En la Iglesia es tan notoria, tan gigante que es una obviedad se�alarla, �no? �Qu� hay de nuevo en subrayar lo insostenible que resulta que la respuesta de un cura que dice defender la vida sea proponer la muerte de quien defiende la despenalizaci�n del aborto? (En un pa�s donde la Iglesia fue c�mplice de la dictadura m�s sangrienta de la historia de Latinoam�rica resulta incre�blemente necio que alguien preste atenci�n a los berrinches de los curas en defensa de la vida. Al margen: yo no creo que Baseotto -cura y milico, �se puede ser m�s cretino?- haya hecho una alusi�n conciente a los vuelos de la muerte con lo que dijo. Creo que lo traicion� el inconciente. Creo que Baseotto -y alguna otra gente- ve al gobierno como parte del mismo n�cleo ideol�gico ?subversivo? que los amenazaba hace treinta a�os, por eso, cuando este obispo tiene que salir a enfrentar a Gin�s, lo que reaparece por los bordes de su conciencia son los enemigos de los setenta y c�mo dispon�an de ellos en esas buenas �pocas).

En el caso de Bush y la eutanasia la hipocres�a es todav�a m�s flagrante. Bush volvi� de sus vacaciones para cacarear acerca de la defensa de la vida ante todo y logr� que se volviera atr�s con la decisi�n de desconectar a Terri Schiavo (por suerte, hoy, la Corte Suprema de EEUU le dio un cachetazo). Sin embargo, cuando era gobernador de Texas, ese fue el estado con mayor n�mero de condenas a muerte de los EEUU. El gobernador es el �nico que puede conmutar una condena. Bush no lo hizo nunca. Parece que en esos casos la vida no era muy valiosa. Es m�s, y esto es tan perfecto, lo define tan bien: cuando era gobernador promulg� una ley que especificaba que los hospitales pod�an desconectar a pacientes en estado vegetativo sin importar la opini�n de los familiares, �si �stos no pod�an pagar las facturas!

El grado de hipocres�a y de contradicci�n de los antiabortistas nunca se ve en la gente pro-choice. �No es l�cito, entonces, pensar que todo lo que argumente un antiabortista estar� viciado del mismo modo? Los antiabortistas, los m�s sinceros al menos, no est�n pensando en lo mejor para esta vida, sino en los premios y castigos que los esperan en otra. El problema viene cuando pretenden que todos vivan de acuerdo a lo que piden sus creencias y supersticiones. Desde luego, esa es la �nica forma de construir poder. Y ahi ya no est�n pensando en la otra vida. Si lo que dice la iglesia acerca de temas tan centrales para ella como el aborto o la eutanasia s�lo tuviera importancia para el peque�o grupo de los cat�licos practicantes ser�a la confirmaci�n de que como instituci�n ya no tiene ning�n peso. Tiene que imponerlo a todos. Ni siquiera porque es lo "correcto" o lo "mejor", sino, y esto es lo importante, como una validaci�n su influencia. En estos debates, lo que est� en juego no es el destino de un embarazo no deseado, el bienestar de una madre o la vida de un hijo no nacido, sino el poder de la iglesia. Por eso, la derecha religiosa es tan implacable, por eso es capaz de hacer cualquier cosa con tal de no ceder terreno.

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