viernes, noviembre 18, 2005
Diario de un obrero del espect�culo 3
Hoy hice un casting de chicas que bailar�n semidesnudas en un programa de tv para el que escribo guiones. No es habitual que haga castings, de eso se ocupan los productores, pero hoy el encargado ten�a otro compromiso. Trajeron a ocho chicas, todas vestidas con tops ajustados y jeans no exactamente ajustados sino calzados a presi�n en los pliegues de la carne. Las hice caminar delante de m�, dar vueltas, hice que contestaran un cuestionario que escrib� para sentirme superior y poder enfrentar la situaci�n (nombre, edad, medidas, �ltimo libro le�do, un deseo para el 2006). V� claramente que por lo menos una de ellas habr�a estado dispuesta a someterse a actos humanamente degradantes con tal de conseguir el trabajo (para escribir las respuestas al cuestionario no se sent� en una silla sino que se reclin� sobre el escritorio para dejar ver, yo dir�a, un 91 por ciento de sus descomunales �rganos mamarios, s�, la exacta situaci�n que uno pensaba que s�lo suced�a en las pel�culas de Trist�n). Mientras esperaba que terminaran de garabatear las in�tiles respuestas, se me ocurri� un experimento: ver hasta que punto se puede denigrar a una chica que quiere salir por televisi�n, investigar qu� grado de tortura emocional y de humillaci�n puede tolerar una adolescente que aspira a hacerse ?famosa? en tev� antes de gritar ?basta? y correr llorosa a los brazos corruptores de su representante. �Qu� estuvo dispuesta a hacer una, digamos, Nazarena Velez en sus primeros castings? �Qu� les pide Gerardo a las ?chicas nuevas?? �Qu� sucede para que todas queden tan visiblemente defectuosas? Aunque miraba a las aspirantes exclusivamente a los ojos y sonre�a una comprensiva sonrisa de amigo protector, en mi cabeza desfilaban escenas dignas de los c�nsules de Sal�. Desde luego que semejante experimentos terminan revelando mucho m�s sobre el experimentador, yo mismo en este caso, que sobre el supuesto objeto de estudio: �si tuviera el poder y la impunidad, hasta que punto podr�a denigrar a otro ser humano? Dado que bastaron seis segundos ante estas chicas intelectual y laboralmente desamparadas para que me sintiera Cal�gula, creo que no dejar�a al g�nero humano muy bien parado. Por suerte, las bellas letras vinieron en mi ayuda. Un par de d�as antes, lo conoc� a Jos� Narosky (todo esto es rigurosamente cierto: fue de invitado), quien me dijo: ?A quien roba un pan le dan la c�rcel, pero nada le hacen a quien roba una ilusi�n?. Estas palabras todav�a laceraban mis o�dos, cuando pens�: �Qui�n soy yo para robar la ilusi�n de estas chicas? No iba a volverme un monstruo. Decid� eliminar mi deseo, mi subjetividad, mi lubricidad y me ce�� a las directivas puras que indican las cualidades de una secretaria de la tev� : que tenga todos los dientes y que tenga buen orto. Quince segundos despu�s, ya tenia a las cuatro felices seleccionadas.
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