Tarde en la noche, en el cable, agarr� empezada -no mucho, creo- una pel�cula que me hipnotiz�. Se llama Sexy Beast, y es de Jonathan Glazer. Su t�tulo est� traducido como La Bestia Salvaje. La Bestia Salvaje es, en principio, Ben Kingsley, quien encarna a Don, un hamp�n demencial, pose�do por algo as� como un brote psic�tico, que llega a una paradis�aca casa en la soleada Espa�a para ordenarle a otro hamp�n retirado (Ray Wistone) que se prepare para un nuevo asalto de su vieja banda.
Don es el mal en estado puro, es la bestia que no logra ser tacleada por el s�peryo de la sociedad. Es compulsivo, repugnante, insomne, repetitivo, agresivo... Y no soporta que le digan que no. Cuando llega a la casa de verano donde el hamp�n bueno y rubio est� tomando algo con hielo al borde de su piscina sin la menor gana de volver al ruedo (de hecho, est� enamorado de una ex actriz porno), la situaci�n se tensa. Tanto que Don, quien se queda unos terribles d�as en la casa esperando torcer la voluntad de su ex compa�ero de banda, una noche irrumpe en el dormitorio de Ray para molerlo a palos mientras �ste queda acurrucado debajo de la s�bana, junto a la actriz porno. Una escena incre�ble.
Otra escena que sirve para observar el car�cter de Don -a esa altura ya me ca�a muy simp�tico- es la que lo muestra tomando un avi�n y fumando descaradamente hasta que la polic�a lo obliga a bajarse, ya que no quiere apagar el cigarrillo. Don es as�, tiene un don: hace lo que quiere hasta que se corta la cuerda. Y hay una sola forma de detenerlo. Pero parar a Don es cambiar el curso de todo.
Hay algo en el coraz�n de la pel�cula (Don) que me impact�. Me acord� de los muchos tipos como �l que se cruzaron en mi vida. Hab�a uno, en la secundaria, que me aterroriz� durante mi primer a�o. Se llamaba Rodas y ten�a un hermano. El tipo ten�a rulos, un andar desgarbado y una forma de hablar muy particular: casi de costado.
Yo imitaba su forma de vestir (pantalones grises, anchos, casi cay�ndose) y su manera de caminar. Una tarde, en un recreo, me agarr� de las solapas y me tir� contra una pared. No puedo recordar qu� le hice para que me tratara as�, pero s� s� que sent� una especie de terror er�tico cuando el hijo de puta de Rodas me us� de trapo de piso.
El hermano -dec�an todas las chicas- era hermoso. Ahora le encuentro un parecido al cantante de Oasis. Rodas, para todas las chicas, era horrible. Sin embargo, si alguien me hubiera preguntado a qui�n me quer�a parecer de los dos, no hubiera dudado: Rodas. Yo quer�a ser la Bestia Salvaje. Hacer el mal al tut�n sin mirar a qui�n. Decir lo que se me ven�a en ganas y obligar a la instituci�n a echarme a patadas, a expulsarme por el largo intestino que la sociedad crea con sus reglas de mierda.
Hace unos d�as, descubr� que la Bestia Salvaje no s�lo te puede destruir con maldad. Un amigo vino a pasar Navidad a mi casa natal y trajo a otro que, seg�n dijo, "no ten�a d�nde pasarla porque reci�n hab�a llegado de Espa�a". As� que vino a la terraza de mi viejo a compartir el pan dulce navide�o. La Bestia Salvaje era un joven apuesto, espa�ol, que hablaba como en las traducciones de Anagrama, y que ten�a -una vez m�s- el don de caer hipersimp�tico. R�pidamente -incluido yo- todos �ramos amigos �ntimos suyos.
El tipo trajo unos cuantos champagnes, y nos los bajamos todos. Despu�s me pidi� que -para seguir la noche en otro lado- compr�ramos �cidos. Lo hicimos. Salimos en manifestaci�n con varios amigos para encontrarnos con un dealer. Como el dealer tardaba mucho en llegar -parec�a una pel�cula de Tarkovsky-, la Bestia Salvaje sigui� pidiendo bebidas y -con su extraordinaria simpat�a- nos empujaba a beberlas. Mientras tanto, con la mano que le quedaba libre, le dejaba mensajes a una amiga bisexual para verse "m�s tarde".
Lleg� el delivery, colamos los cartones y salimos a una fiesta no bien nos empezamos a sentir como los Cuatro Fant�sticos. Primera conclusi�n: despu�s de las cuatro de la ma�ana y de los cuarenta a�os, no hay que tomar ni un �cido Suchard. Sobre todo cuando lo que est� sucediendo afuera de tu cuerpo es la maldita Navidad. A la fiesta no se pod�a entrar porque estaba repleta de chicos que hac�an un scrum para derribar la puerta y producir una masacre. La Bestia Salvaje nos arengaba a empujar. Yo intent� trepar por una reja hasta la ventana abierta del primer piso donde unos ni�itos bailaban con m�sica de The Magic Numbers. Por suerte me pararon. �A d�nde carajo quer�a ir? Al final, volvimos al auto y la Bestia Salvaje nos ped�a que busc�ramos un after, un bar, algo... Terminamos pag�ndole a un seguridad un rejuntado de plata para entrar a Niceto. Eran las nueve de la ma�ana, la Bestia, mientras juntaba la colecta, dec�a: "Vamos, chavales, que nos queda una horita".
Entramos. Todo el mundo bailaba un pogo electr�nico. La Bestia nos arengaba para meternos en el centro del baile. Entonces, sacudido por el humo, los gritos y el coraz�n hipn�tico del beat, se me vino a la cabeza la idea de matarlo. La verdad, no quer�a estar ah�. Pero la Bestia Salvaje, al igual que el Don de Kingsley, sacaba lo mejor y lo peor de nosotros. Estaba ah�, bailando enloquecido, como desde hace millones de a�os. Yo lo conozco.
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