Días en casa y en cama y mucha televisión. Entre la monocromática programación, resalta la remera amarilla de Román. Villarreal versus Arsenal. Partido revancha con un 0-1 en contra en Inglaterra. El equipo de Il Ingenieri, dice el comentarista, depende del talento de Román. La Selección Argentina, pienso yo, también va a estar armada en torno de Román, ya que el Hombre Peker es romanista a muerte.
Pero transcurre el partido sin que aparezca Román. Hoy -esto lo sabemos los que lo conocemos- es uno de esos días en que Román no va a funcar. Román no es gallina (de hecho, es de Boca y en los clásicos, a diferencia de Francescoli, la rompía), no parece un tipo al que le pesen los partidos difíciles (si el Villarreal está donde está, en parte, es por él). Ni siquiera da para el famoso "sospecho que sos pecho"...
Es todavía más complicado.
Para que Román, dice mi amigo Cuki, juegue bien, tienen que hacer unos 20 grados, más o menos, con poca humedad y nada de viento. El estadio debe estar lleno, pero la hinchada contraria no debe imponerse a la que grita por Román. Ningún familiar de Román tiene que aparecer con algún problema psíquico, físico u económico el día del mentado partido. Porque esto lo puede distraer. Y tampoco debe estar en el banco alguien que -en su mismo puesto- esté pidiendo cancha. El pasto debe estar cortado milimétricamente, a la medida del gusto de Román. Cualquier alteración puede ser fatal.
Ronaldihno es dionisíaco, juega en sentido literal de la palabra. Ortega, Tévez son iguales: juegan. Román, en cambio, parece cargar con algo. ¿No oyen lo que carga? Después de los goles increíbles que suele hacer, pone sus manos imitando a las orejas de Gigio (ese melancólico ratón italiano) para poder escuchar mejor el ruido ensordecedor de la nada. Y sí, erró el penal. ¿Qué esperaban? Es uno de esos cracks que odian el éxito fácil.
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