Cuando mi viejo entró a mi casa y se sentó en la silla -una silla que crujió bajo el peso de un mamífero de 77 años- y me contó lo que lo apesadumbraba, me acordé del slogan de una propaganda de mi infancia, que decía así: "A todas las hormigas les llega su HORMITOX". Y la palabra HORMITOX, inmensa, caía -dibujada- sobre unas hormigas y las hacía trizas. ¿Qué le pasaba a mi viejo? El médico le había dicho que lo iban a operar de la próstata y tenía miedo. "Sueño con tu madre y mi hermana, que me están llamando", me dijo, aderezando todo con un llanto seco.
Mi mamá y mi tía, como se puede inferir, están en la quinta del Ñato. Cuando mi viejo se ve venir la trompa del barco de Caronte -el sapo sumergido, como escribía John Irving- se pone así, y me empieza a llamar para que lo cargue al hombro y le cambie los pañales y le regale un camión de bomberos de verdad. Y como sabe que ese estado me genera incertidumbre, presiona más buscando mi interés. Con lo cual es difícil sacarlo de la depresión. Pero ayer probé con una cosa nueva. Mientras me contaba las visiones oscuras del mas allá que lo esperaba, le dije: "Papá, ¿viste hoy el partido?". De golpe, como si con la pregunta yo hubiera tocado un botón del control remoto de su cerebro, se irguió, levantó la cara, se le iluminaron los ojos y, sin solución de continuidad, pasó de la muerte a la goleada: "¡Genial, mamita querida, qué equipo! ¡Es extraordinario ! ¡Les dimos un baile bárbaro! ¡Massi entró un minuto y la rompió! (mi viejo nunca sabe bien el nombre de los jugadores: Massi es Messi. A Coloccini le dice Colochono). La cosa es que yo tenía el resultado empírico de que el mundial era un electroshock que lo sacaba de la etapa depresiva y lo volvía a la previa, a la maníaca. Así que fui para adelante con eso y el jeep arrancó.
Hoy a la mañana, mientras leía Clarín, la catarata de elogios para la Selección Argentina era tan demencial como la de mi viejo. Me hizo acordar a los programas de Maradona en el 13, donde había una guerra de elogios entre él y sus entrevistados: "Vos sos un genio; no, vos sos mejor; no, vos sos Dios", etc. etc. Yo no vi el partido porque a esa hora tengo una clase de karate. Algo debe ir cambiando con la edad. Nos ponemos más sensibles, o más amargos, o más intrépidos, o lo que sea. Me acuerdo cuando, aún niñín, me subí a un camión que pasó por mi casa para ir a festejar con muchos el Mundial 78.
"La memoria cree antes de que el conocimiento recuerde", escribió William Faulkner en la genial "Luz de agosto". Ahora la memoria me trae un recuerdo oscuro de ese frío, del frío metafísico del Mundial 78. Creo que nunca volvió a hacer tanto ofri. Desde ahí en adelante me fui alejando cada vez más de la idea de país. En un Mundial uno festeja y se abraza con los jefes y con gente de todo tipo que, en otras situaciones, no suelen ponerse en la misma vereda. La verdad, no puedo evitarlo: la idea de país en los términos chauvinistas que suele alimentar el deporte me causa rechazo. Yo creo que lo único que existe es La Internacional. Por otra parte, el fútbol me resulta un deporte hermoso. Y suelo inclinarme por los que lo juegan de manera hermosa. El fútbol reporta un placer estético que no puede convertirse en una marcha militar. Pero nosotros somos un país serio que se pone serio para vivir un Mundial. Y en cambio nos comportamos como imbéciles a la hora de tener que resolver situaciones desesperantes.
¿Alguien en su saño juicio puede tomar en serio un Mundial? Una competencia demencial donde un par de equipos de todo el mundo juegan al fútbol mientras la mitad del planeta se cae a pedazos. De hecho, Argentina estaba en España 82 dándole a la globa mientras en Malvinas nos rompían el orto. Suena un poco esquizofrénico. Pero el mundo es esquizofrénico. Si uno no hace síntoma y se vuelve un poco loco, es imposible seguir, ¿no? Como mi viejo, como yo, como toda esa gente que piensa que Dios trabajó en Canal 13 el año pasado.
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