martes, julio 11, 2006

Zinedine Zidown, by Fabián Casas

Siempre me llamó la atención Zinedine Zidane. Desde que supe de él por primera vez en aquel mundial francés que el equipo galo se llevó en la final con dos goles suyos. Me llamaba la atención su cara extraña, muestra de una cruza entre razas diferentes. Me llamaba la atención que no se emprolijara la pelada, que se dejara una especie de calvicie tipo monje porque, probablemente, a Zidane, le importara un carajo lo que pensaran de su aspecto fìsico. Me llamaba la atención la juguetona libertad de sus padres al ponerle un nombre aliterado: Zinedine Zidane. Me llamó la atención que le pusiera a uno de sus hijos el nombre Enzo, porque, según lo dijo él, admiraba mucho a Francescoli, el crack uruguayo al que solía ir a ver jugar cuando la rompía en Francia. Es un lugar común del periodismo deportivo decir que de los que salen segundos no se acuerda nadie. La Holanda de Cruyff da por tierra con este axioma. Creo que la función de ciertos monstruos es la de liquidar el lugar común, la frase estereotipada, el cliché. La Copa del Mundo de Alemania tuvo un solo ganador: Zinedine Zidane. Hasta en el momento en el que se convirtió en Zinedine Zidown y rifó el campeonato con un cabezazo certero, hasta en ese momento, tuvo algo glorioso. Como si fuera el líder de la Pandilla Salvaje y decidiera quemar las naves, prefiriendo morir antes que envejecer.

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