Borat es un reportero televisivo de la República de Kazajstán que viaja a Estados Unidos con el encargo gubernamental de hacer un informe sobre la cultura y costumbres del “mejor país del mundo”. La travesía empieza en su aldea, donde los niños del jardín maternal juegan con rifles AK47, la única reprimenda que recibe el violador del pueblo es “malito, malito” y anualmente se celebra la “corrida del judío” en la que una marioneta gigante (el judío: verde y con dientes de vampiro) provoca la estampida de la multitud. Ya en Nueva York, Borat recorre las tradicionales vistas turísticas: lava su ropa interior en el lago de Central Park, defeca al pie de un árbol de la Trump Tower o se masturba frente a las vidrieras que muestran ropa interior en la Quinta Avenida. Como buen kasajo, Borat es imposiblemente antisemita, racista, homofóbico, incivilizado y misógino. Ante la comprensible avalancha de quejas que lanzó la ex provincia soviética cuando el personaje se volvió popular (la película fue uno de los éxitos del 2006 en Estados Unidos), Sacha Baron Cohen, cómico inglés, creador e intérprete del personaje, respondió que Borat no representa a un habitante de Kazajstán, que es sólo un instrumento, una acumulación de rasgos atroces destinados a hacer que sus entrevistados revelen sus propias miserias. El chiste no sería el propio Borat, sino sus interlocutores norteamericanos. Así, Baron Cohen logra que un vendedor de armas del sur de Estados Unidos le recomiende las mejores para cazar judíos o que el multitudinario público de un rodeo aplauda y festeje a los gritos el deseo de que “el presidente Bush beba la sangre de cada hombre, mujer y niño de Irak”. Estas escenas fueron realizadas con el método (definido por Baron Cohen como “un nuevo tipo de humor”) que consiste en introducir a un personaje ficticio en una situación real sin alertar a los involucrados con el fin de forzar una reacción ante las cámaras. Para nosotros -como Borat, rezagados habitantes del tercer mundo-, esta forma de capturar una escena no puede ser llamada novedosa ya que es exactamente la misma que utilizaron décadas atrás programas como La TV ataca o Videomatch. Y si bien es cierto que la técnica es efectiva, ya que a Borat no parece costarle mucho sacar a la luz la xenofobia, el belicismo o el insufrible sentimiento de superioridad de los norteamericanos, su “disección” de la América profunda no nos dice nada que no sepamos de antes y no es particularmente graciosa. A pesar de lo que diga su creador, el humor más contundente reposa sobre Borat, sobre el contraste entre su impermeable ignorancia y la “civilización”. Sólo en algunos momentos (como el encuentro con las feministas o con la profesora de modales), se forma el bucle que hace que la punchline no sea la rusticidad de Borat sino la mezcla de ignorancia e intragable paternalismo que revelan los norteamericanos al creer realmente que, por ejemplo, los habitantes del tercer mundo no saben usar un inodoro. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, el chiste no se pone tan complejo y se queda en que, en efecto, Borat guarda sus excrementos en una bolsita. Si bien es cierto que el humor más memorable no suele hacerse sobre tópicos inofensivos, que no hieran ninguna sensibilidad, resulta muy problematico que, en una película cuyo tema central es el antisemitismo, un europeo privilegiado (Baron Cohen viene de una familia judía de buen pasar, vivió un tiempo en Israel y estudió historia en Cambridge) convalide, con sus chistes, la creciente idea ultrarracista de que la civilización se termina en el primer mundo. Este film fue visto como muy “políticamente incorrecto” por la critica americana, sin embargo, es todo lo contrario ya que no hay nada más seguro, más complaciente con las ideología dominante que denunciar el antisemitismo como uno de los grandes males actuales y anunciar que la cultura eurocéntrica es la civilización. Además, resulta particularmente antipático que un cómico que pretende no tener límites para atacar a los “otros” no sea capaz de reirse de si mismo. Baron Cohen no hace un solo chiste sobre el judaismo: jamás se permite burlase de su propio credo, ni expresa nada que pueda ser tomado como una autocrítica. Paradójicamente, el cómico denuncia el antisemitismo de quien no reacciona cuando en un bar uno de sus personajes canta la canción “Tiren al judío en el pozo”, sin embargo presenta como apenas como un hecho humorístico que Borat explique que en Kazajstán es normal tomar por la fuerza a una adolescente de 15 años. Evidentemente, necesita de un antiborat, algún reportero hiperculto e hipersofisticado del mundo árabe que le muestre su propio racismo. Esa película sí hubiera sido políticamente incorrecta.
Esta nota es de Rolling Stone de febrero. Ahi también habrá una entrevisa con Sacha Baron Cohen, la única que dio sin responder como su personaje.
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