domingo, febrero 25, 2007

El perfume

El best seller de Patrick Suskind en el que se basa este film fue el más exitoso de los libros escritos a la sombra de El nombre de la rosa. Como la obra de Umberto Eco, que transplantaba a un personaje emblemático de principios del siglo XX, el detective razonador, a la edad media, la historia de Susking también es una novela histórica anómala: toma una presencia recurrente en la ficción de fines del siglo XX, el asesino serial, y lo lleva al siglo XVIII. Jean-Baptiste Grenouille es un hombre con dos características excepcionales: no emite olor alguno y posee el olfato más desarrollado de su era. En nuestro mundo, organizado por la visión, Grenouille, que lo percibe primariamente desde su nariz, es un extranjero absoluto. Por ello, buena parte de sus acciones permanecen inexplicadas, como si estuvieran más allá de la moral y el entendimiento burgueses. Al igual que los dedos de un músico extraordinario, la sorprendente nariz del futuro perfumista es entrenada desde la cuna. Primero, Grenouille se enseña a reconocer los olores comunes: una fruta, una flor. Luego los complejos: un perfume, un ser humano. Mas tarde, los imposibles: el vidrio, el cobre. Y finalmente, los abstractos: Grenouille descubre que la belleza y el amor también tienen aromas que puede ser capturados. Este camino, de lo prosaico a lo abstracto, reproduce el de la creación artística: el olfato aquí ya no es un sentido, sino una práctica estética y Grenouille es su mayor virtuoso. El director Tom Twynker (Corre, Lola, Corre) se propone un desafío similar: atrapar en imágenes aquello que para el cine resulta más abstracto, un olor. Esta dificultad fue lo que hizo que otros directores, como Kubrick o Scott, declinaran esta adaptación por considerarla imposible. Twynker aceptó el desafío y, a veces, resulta victorioso: la película contiene no pocas imágenes memorables, en particular cuando la imaginación de realizador se prueba aceitada para el hallazgo de sinestesias (la mejor: un viejo perfumista interpretado por Dustin Hoffman abre, en un sótano, el frasco del primer perfume creado por Grenouille e inmediatamente se ve en medio de un jardín veraniego, mientras una mujer hermosa se le acerca desde atrás y le susurra “te amo”). Pero cuando no hay sinestesia (el tipo de metáfora que representa un tipo de percepción con otro) y el acto de percibir un olor se presenta literalmente con un primer plano de una nariz acercandose a un objeto inevitablemente aromático como una rosa, la película se vuelve casi como una propaganda de desodorantes. La literalidad es el mayor enemigo de este film. Twynker, lamentablemente, no se permitió alejarse mucho del texto original y mientras más se pega a las palabras de Suskind, más de aleja de lograr en imágenes lo que Grenouille logra en la ficción y el autor intenta en la novela: capturar con su arte la esencia, en los dos sentidos, de las cosas.

Director´s cut de una nota aparecida en Rolling Stone

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