En los 50, buena parte de los jóvenes de los Estados Unidos no toleraban aquello que sus padres vivían como un logro: la victoria sobre los países del Eje venía acompañada de un época de paz, mediana prosperidad y... mortal aburrimiento. Promediando la década, alguien se dio cuenta de que esos jóvenes agotados del conformismo que los rodeaba también podían configurar un mercado potencial interesante e inventó el negocio del rock and roll. En este marco, sintetizado con muchísima ligereza, claro, se produjo la aparición de un camionero de Tupelo, Mississippi, que terminaría por convertirse en un ícono del género y del propio siglo XX.
Elvis Presley nació un 8 de enero de 1935, murió cuarenta y dos años más tarde, el 16 de agosto de 1977, y dio todos y cada uno de los pasos para ser canonizado: llegó en el momento justo, atrajo multitudes, fue hermoso, cantó de manera extraordinaria, bailó como un endemoniado, tuvo una vida desordenada y dramática, y murió pesando 130 kilos, atiborrado de barbitúricos. Fue, es y será El Rey, qué duda cabe.
Con Marlon Brando y James Dean representó a la legión perfecta de antihéroes de la clase trabajadora: levemente cínicos, algo distantes, más amigos de la suficiencia que del esfuerzo y arrolladoramente elegantes. De ascendencia cherokee por parte de su madre, Elvis no sólo fue uno de los pioneros en la cruza entre el rhythm & blues de los negros con el country blanco y el gospel sureño que decantó en el rock and roll, sino que cambió los cánones de la industria.
Con "Heartbreak Hotel", uno de los tantos clásicos de su carrera (es muy recomendable conseguir "Elv1s 30 #1 Hits", un grandes éxitos editado en 2002 en Argentina), llegó a la cima de las listas del pop, el country y el rhythm & blues al mismo tiempo y logró que el 60% de la producción de discos se destinase a los suyos. Aquella explosión, y ésa es quizás una de sus características más notables, no fue "algo del momento"; lejos del sube y baja propio de los tiempos actuales de famas fugaces, el eco de Elvis se mantiene: hoy ya lleva más de 1.000 millones de discos vendidos y su popular e increíble mansión de Graceland sigue siendo visita obligada para miles de turistas cada año.
Pero Presley también adquirió con el tiempo un complejo significado político. Se ha hablado mucho de su perfil reaccionario, del sinuoso camino que lo llevó de la imagen sexualmente provocativa de sus primeras apariciones televisivas a fines de los 50 (en el famoso show de Ed Sullivan decidieron enfocarlo de la cintura para arriba para no correr riesgos con su sugerente pelvis) al aggiornamiento con destino de autoparodia al que lo empujó el oscuro Coronel Tom Parker, el inescrupuloso manager cuya primer maniobra importante fue el pase de Elvis de Sun Records, una de las pocas compañías que rechazaban la distinciones raciales y de género cuando editaba discos, a la mucho más acaudalada y conservadora RCA. Ese primer movimiento de Parker, su ingreso al ejército en 1958 (un 24 de marzo, para los que gustan de las casualidades...) y la muerte de su madre unos meses más tarde, el 14 de agosto, cuando tenía apenas 42 años –la edad a la que murió él mismo, otra casualidad-, de alguna forma fueron las pesadas piedras que sepultaron al Elvis más revolucionario y dieron paso a un personaje mucho más convencional que iniciaría desde entonces un largo derrotero de vaivenes emocionales.
Elvis fue definido en distintos momentos como depresivo, esquizofrénico, melancólico, hiperactivo, histérico, adicto y virulento. "He perdido lo mejor que tenía", declaró a la prensa el día de la muerte de mamá Gladys. Y de allí en más todo fue en pendiente. Parker se ocupó sobre todo de afinar el negocio: en los shows vendía un profuso merchandising que incluía medias, corbatas, gorros y remeras, logró que Frank Sinatra financiara con 125.000 dólares por una aparición televisiva conjunta en la cadena ABC que duró apenas diez minutos y hasta lo acercó al ultraconservador Richard Nixon, con quien Elvis intercambió regalos y conversó sobre la influencia de las drogas en la juventud norteamericana en 1970.
Unos años antes, en el 67, Presley se había casado con Priscilla, con la que tuvo una hija, Lisa Marie Presley, conocida por su agitada vida matrimonial, que la unió (y separó, casi siempre en medio de algún escándalo) al músico Danny Keogh, a Michael Jackson y a Nicolas Cage.
Pero volviendo a la dimensión política de Elvis, hoy, cuando se cumplen 30 años de su dolorosa muerte, impulsada por al insalubre tratamiento al que se sometió con el alcohol y las drogas, también es posible pensar en definirla por oposición: fueron los almidonados anfitriones de la TV, el salvaje biógrafo Albert Goldman y todos y cada uno de los reaccionarios de su país los que se ocuparon de cristalizarlo como "southern white thrash" (basura blanca sureña) o "redneck" (sureño racista de clase baja). Y Elvis fue otra cosa. Ni siquiera, quizás, la encarnación del sueño de la clase trabajadora. Algo mucho mejor que eso: un torbellino de libertad. Y más. Como todos sabemos, Elvis está vivo.
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