domingo, septiembre 07, 2008

Un aserradero en la hora pico, by Fabián Casas

No sé cuántos de los que estén leyendo estas líneas hayan visto la película de Lawrence Kasdan llamada -en la traducción al español- "Te amaré hasta matarte". Bueno, en ese film memorable, hay una escena que protagonizan Keanu Reeves y William Hurt, dos gamberros quemadísimos que la mujer de un tipo recluta para que maten a su marido. Los fumetas llegan a la casa de su futura victima en taxi -como para no dejar huellas-, pero dejan un testigo clave, el tachero. Y después, ya frente al tipo al que tienen que despachar, se enzarzan en una discusión sobre dónde está el corazón de su victima para pegarle el tiro certero. Por algún motivo, los dos fumetas no saben dónde tienen el corazón. Entonces, para averiguarlo, cantan el himno americano y, por reflejo, se llevan la mano derecha al corazón. ¡Listo! La película es una comedia negra, creo recordar que no muere nadie. Y los fumetas terminan en la calle. Pero esta escena me trajo recuerdos de la noche pasada. Por un lado, porque fui a ver a los Melvins con amigos y los Melvins también cantaron el himno del Imperio, y por el otro porque apenas llegué, mientras una cola de niños apuraba la entrada con las manos en los bolsillos percudidas por el frío repentino, me encontré con dos amigos de mi barrio a los que no veía hace más o menos 20 años. Uno de ellos había sido un amigo muy querido. Nos reímos y nos abrazamos, e inmediatamente quedé bajo el olor del porro letal que se habían fumado. Por los ojos, podrían haber sido las mascotas de los Juegos Olímpicos chinos. Creo que en estos veinte años que nos los vi, ellos estuvieron parados en la puerta de Niceto fumando un caño tras otro. Así que cuando me preguntaron qué había estado haciendo, les dije que era el mánager de una banda que tocaba esa noche. "¿Qué banda?", me preguntaron. "No creo que la conozcan, se llama Melvins", les dije. "¡Pero si nosotros estamos acá para ver a los Melvins!", me dijeron a coro mientras hacían equilibrio para no caerse. "Genial -les dije-, a la salida vamos a cenar con la banda". Los dos se miraron como si estuvieran soñando: vinieron a ver a los Melvins, una banda de culto en sus vidas y de golpe aparecía un amigo de la infancia para ubicarlos en la mesa de la cena con sus ídolos. "¡No lo podemos creer!", me gritaron a coro. Y me abrazaron. "¡Parece mentira!", me largaron. Me separé de su abrazo (uno solo me había conseguido abrazar, el otro le pifió a mi espalda) y les dije "es mentira, en realidad trabajo en Toxicomanía y hago pruebas con los logis que vienen a estos recitales. Ya mismo los subo a un patrullero. ¡Cómo pueden creer que puedo ser el manager de los Melvins! ¡Qué carajo están fumando!". Les agarró un ataque de risa. Yo también me empecé a reir hasta las lágrimas. Al rato nos despedimos En eso llegó Lingenti, practicamos el "lingentismo" (que consiste en entrar gratis a todos lados) y rápidamente estuvimos esperando a que empezara el show. Algunos de mis amigos -que son músicos- habían llevado tapones para los oídos. Yo uso tapones sólo para nadar. El show consistió en que una banda se dividiera en tres, es decir, dos grupos soportes formados por ellos mismos, pero sin el líder -Buzz Osborne- y ya para el final, todos juntos, con dos bateristas incluidos. Creo que en la primera entrada de la noche tocó el guitarrista de Los Natas. En fin, cuando empezó el recital, lo que siguió para mí fue una tortura. Fue como estar en un aserradero en la hora pico. Los Melvins eran tipos insoportables. Me acordé que el nombre de la banda venía de un compañero de oficina de ellos que todos detestaban por insufrible. En ese sentido eran honestos. Fue como estar en un aserradero en la hora pico, o viviendo al lado de la construcción de un shopping. Estaba escuchando la maqueta del hardcore, era una banda durísima, en "pelo", sin las melodías beatles que aportaría un rato después Nirvana. Fue una noche de recuerdos. Me acordé de un amigo que cada vez que veía alguien que gritaba mucho al declamar sus poemas solía decir: "este pibe quiere garchar". Para él, Duchamp, al poner el mimgitorio en la exposición, quería "garchar". Cuando los Melvins -que no sonaron tan fuerte- estaban machacando mi ánimo a puro metal, hardcore, sludge, grunge, etc., pensé "estos tipos quieren garchar". Y de pronto, casi en tiempo de descuento, la banda se largó con una versión casi a capella del himno del Imperio Americano. Salvo que haya sido irónico, creo que hasta los más metaleros quedaron turulatos. Se creó un anticlímax total. Yo asocio a nuestro himno nacional con muchos de los peores momentos de mi vida. Escuché el himno en la radio en el golpe del 76 y también cuando se fue a Malvinas. El himno es sinónimo de fascismo, de división. Es gente marchando para someter a otros. Gente que quiere cogerte pero sin preguntarte si estás de acuerdo. Qué asco la patria y todas esas estupideces de tener que ganar para que un país esté contento. Qué asco tener que representar a un país, como esos gordos emos que cantaban el himno llorando antes de pegarle a la pelota ovalada. Qué asco la generación dorada del básquet, Ginóbili y toda la mar en coche cuando se tiñe su talento y esfuerzo de patriotismo. Qué pena ese chico de 20 años, millonario y en lo que tendría que ser la flor de su vida, llorando desconsoladamente porque perdió un partidito de tenis. Se ve que nunca le tocó perder nada en serio.

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