No hay esperanzas de una vida mejor, ni amigos verdaderos, ni amoríos que terminen bien en estos días en los que el consumo de antidepresivos es regla ineludible para la supervivencia. Eso es lo que nos viene a decir, a través de su nuevo álbum, Morrissey, uno de los cantantes con más personalidad, talento y agallas de los últimos 25 años, el líder y referente indiscutido de los Smiths, la extraordinaria banda de Manchester que cambió el mapa del pop para siempre en apenas cinco años de carrera.
Apelando otra vez al pionero del pop-punk Jerry Finn -fallecido hace unos meses cuando tenía apenas 39 años y con quien había trabajado en "You Are the Quarry (2004)", el disco que marcó su regreso con gloria luego de siete años de doloroso silencio para sus fans-, Morrissey abandonó decididamente el lustroso barroquismo de su álbum anterior -"Ringleader of the Tormentors" (2006), producido por el veterano Tony Visconti-, para sumergirse en un sonido más rockero, cercano a la espesura y densidad de "Your Arsenal" (1992), uno de los picos de su carrera solista, e incluso a la época con The Smiths.
El ademán rejuvenecedor no parece casual: aunque con Mozz nunca se sabe, en distintas entrevistas ha dado indicios de un posible retiro que no tardaría tanto en llegar. Volver a la fuentes antes de la despedida, entonces, como gesto necesario para acabar definitivamente con las esperanzas de una reunión con Johnny Marr, Andy Rourke y Mike Joyce, un rumor que Morrissey nunca dejó crecer más allá de la especulación sin argumentos sólidos.
El primer corte del disco es el mid-tempo "I’m throwing my arms around Paris", editado en Europa y Estados Unidos como single cuya cara B es "Shame Is The Name", un tema cantado a dúo con Chrissie Hynde, la ex líder de The Pretenders, y que lamentablemente no forma parte del disco del disco. Pero la mayor sorpresa es sin dudas "When Last I Spoke to Carol", tema ideal para un spaghetti western, adornado apropiadamente con guitarras españolas y vientos mariachis, clara revelación de la fascinación que ha despertado últimamente en el cantante inglés la música de Ennio Morricone. La épica "It's Not Your Birthday Anymore" sirve para demostrar que la voz de Mozz permanece intacta: su falsetto recuerda al de la gloriosa "Well I Wonder" del disco "Meat Is Murder", grabado hace exactamente 23 años. En el trepidante "One Day Goodbye Will Be Farewell" aparecen otra vez los vientos, esta vez en medio de un tornado de guitarras y un colchón de teclados, mientras un Morrissey tan deliciosamente afectado como de costumbre reclama un viaje urgente al infierno.
Lo que "Years of Refusal" representa en esta etapa tardía de la carrera de Morrissey es la clásica puesta a punto del artista que le teme a los fantasmas de una madurez decadente. Morrissey no parecía correr ese riesgo -todos los discos de su carrera solista van de buenos a excelentes-, pero sonar tan vivo, crudo, y visceral, tan cándido y malvado al mismo tiempo, nunca está de más. Hay quienes han observado este disco súper enérgico como una especie de viagra sonoro recetado para contrarrestar la declinación de la potencia del pasado. Sin embargo, parece más justo leerlo como un nuevo exceso de alguien que vive su vida como si fuera un héroe de película.
Hace un tiempo, Morrissey se negó a tocar en Canadá porque allí está permitida la matanza de focas. "Se justifican diciendo que esa industria da trabajo a alguna gente. Igual que las cámaras de gas de las SS. Estoy seguro de que también daban trabajo a alguna gente", exageró. La declaración lo pinta de cuerpo entero: si hay que apostar, mejor hacerlo a pleno. Como en "Years of Refusal".
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