"Astral Weeks de Van Morrison fue un disco particularmente importante para mí. Cuando salió, yo era una ruina física y mental, los nervios y los fantasmas me rallaban y las arañas se avecinaban y ocupaban mi mente. Mis contactos sociales se habían reducido al mínimo, y la presencia de otras personas me ponía nervioso y paranoico (...). Sonaba como que el tipo que había hecho Astral Weeks estaba sumido en un terrible dolor, algo que los discos anteriores de Van Morrison sólo habían sugerido pero, como en los últimos álbumes de Velvet Underground, había un elemento redentor en la oscuridad, en la última instancia de la compasión por el sufrimiento de los demás, y también una franja de pura belleza y reverencia mística, que abarcan hasta el corazón de la obra".
Así hablaba Lester Bangs, uno de los críticos de rock más reconocidos de todos los tiempos, sobre Astral Weeks, segundo disco solista de Van Morrison, grabado en 1968, nunca presentado en vivo de manera completa ("la compañía nunca me apoyó para eso", dijo Van) y, de manera unánime, uno de los más celebrados discos de rock de toda la historia del género: tanto es así, que ocupa en número 19 en la lista de la revista Rolling Stone realizada en 2003 sobre los 500 discos de rock más importantes de todos los tiempos, y para la revista Mojo es el segundo mejor disco de la historia, según una votación de 1995.
Cuarenta años después, y tras una carrera que incluyó incursiones por casi todos los géneros del rock and roll, tamizadas por su voz de "puro tenor irlandés", Van The Man (apodo que le quedó al hombre tras su espectacular performance en The Last Waltz de Martin Scorsese, rockumental despedida de The Band) accedió a tocar de manera íntegra su mejor placa en el Hollywood Bowl de Los Angeles. Y el resultado confirma la leyenda de Astral Weeks. Con una big band con tintes jazzeros ("provengo del jazz", señaló Morrison en una de sus contadas entrevistas, hace muy poco), el cantante arremetió con esa obra que remite a una Belfast idealizada, soñada y, hoy por hoy, ya inexistente. La referencia a la avenida de los cipreses ("Cyprus Avenue"), citada tanto en esa canción como en "Madame George" (el tema más destacado del disco en 1968 y en 2008 también, y que, desmintiendo todos los rumores, no trata sobre un travesti), el inequívoco sabor a cerveza Guinness, el scat con copyright Morrison, las improvisaciones atonales en vivo: todo esto sirve para potenciar al disco original y no para opacarlo. Una deuda saldada con la historia, como la grabación del Smile de Brian Wilson, y las ganas de que alguien se digne, en algún momento, a traer al León de Belfast (el sobrenombre del pueblo) a estas tierras para algún concierto. Que así sea.
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