martes, marzo 06, 2007

Rocky Balboa

Rocky Balboa, el personaje creado hace 31 años por Sylverster Stallone, es una doble metáfora: nacido en la pantalla en 1976, exactamente a 200 años de la independencia norteamericana y establecido en Filadelfia, la ciudad donde se firmó la carta magna de ese país, Rocky encarna a Estados Unidos: sus victorias, su voluntad y su valor quieren ser una manifestación de lo que los norteamericanos ven en ellos mismos; pero al mismo tiempo, este boxeador acabado que recibe la oportunidad de redimirse refleja a Sylverster Stallone: las carreras de ambos están fatalmente ligadas. En 1976, Stallone también era un actor con una década de roles secundarios y fracasos a cuestas que obtuvo una chance única: protagonizar un guión propio con un personaje basado un poco en sí mismo que le calzaba como protector bucal. Su perseverancia y algo de suerte lo llevaron al éxito y al reconocimiento: aunque la primera Rocky estaba lejos de ser la favorita, derrotó en los Oscars a pesos pesados como Taxi Driver o Todos los hombres del presidente. Tiempo después, en la cumbre de su carrera, Rocky llegó hundir a puño limpio a toda la Unión Sovietica, mientras que Stallone se convertía en el actor-guionista-director mejor pagado de Hollywood. Desde allí, para ambos, fue todo cuesta abajo. Rocky V (1990), que pasó sin pena ni gloria, fue el anunciado final de la saga. Mientras el Semental Italiano iba quedado en el olvido, la carrera de Stallone se diluia entre algún papel interesante (Cop Land) y una seguidilla de fracasos comerciales en el rubro que era su fuerte: las películas de acción más insensatas. Por eso, cuando, al comienzo de este nuevo film, este Rocky geriatrico recibe la oferta de volver a pelear y debe implorar por un permiso ante una junta, es imposible no ver en esa imagen a Stallone pidiendo luz verde para su delirante proyecto: “Se que ustedes tienen un trabajo que hacer, pero no me impidan hacer el mio”. Si los Estados Unidos están en guerra, Rocky no puede dejar de pelear. En esta ¿última? entrada de la serie, el mítico luchador vuelve al ring (el daño cerebral de la V quedó en el olvido) para enfrentar a Mason Dixon, boxeador extraordinario en la cima de sus poderes que no encuentra rivales entre los púgiles de su edad. Anegado por el melodrama, todo el primer acto es un recorrido nostálgico por los lugares que Rocky compartió con su esposa Adrian (fallecida por problemas contractuales con Talia Shire). Mucho, muchísmo tiempo después, la película se pone un poco en marcha con una secuencia de entrenamiento (más disfrutable por la clásica banda sonora de Bill Conti que por la secuencia en sí que parece hecha en piloto automático) y luego, con la batalla final, durante la que Sly trata de reemplazar con chisporroteo visual el voltaje que le falta al guión, a la actuación y a la dirección. Todo va por carriles tan obvios que hasta un boxeador con daño cerebral pudo imaginar esta película. Pero el problema no son los clichés, sino la falta de vitalidad: nadie esperaba una sopresa en Rocky IV, pero al menos, la película funcionaba como entretenimiento trash. A los 60, está claro que Rocky perdió su vigor: quiere ser una película reflexiva y melacólica sobre el final de una vida, pero apenas logra ser aburrida y desganada.

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