Hasta el año pasado sólo los que pagaban el dinero extra para tener el canal Movie City, dentro del paquete de TV por cable, podían ver Weeds,la serie que Newsweek definió hace un tiempo como "la comedia televisiva de la que más se ha hablado en años". Si bien la incorrección política es moneda corriente en el universo de la sitcom, Weeds (ahora en el canal abierto The Film Zone) va, en más de una oportunidad, un poco más allá de lo habitual.
La protagonista de la historia es Nancy Botwin (Mary-Louise Parker, quien ganó un Globo de Oro el año pasado por este trabajo), una joven, bonita, dulce y conflictuada mamá viuda que decide mantener a sus dos hijos trabajando. ¿Qué tiene esto de novedoso? Que el trabajo que le permite mantener la economía familiar en pie no es muy convencional para el caso: mamá Nancy es dealer.
Su zona de influencia es Agrestic, suburbio americano que funciona como un mundo cerrado habitado por una fauna tan extraña como entrañable. Y su nuevo amor, un agente de la DEA (Martin Donovan, actor fetiche de Hal Hartley)... Los nenes de mamá son Shane, un chico obsesionado con la muerte de su padre que no logra integrarse a su entorno –entre otras cosas porque razona como un adulto a veces brillante, a veces neurótico- y Silas, su hermano adolescente, buen mozo, tierno, inteligente y enamorado de una una compañera escolar sorda que, para colmo, se aleja de él cuando es admitida en una universidad.
El resto de los personajes no son menos extravagantes: una familia negra que provee de marihuana de primerísima calidad a Nancy; un contador simpático pero dudosamente eficiente que vive en una nube de porro; el hermano del papá ausente, un melancólico freak a tiempo completo que intenta convertirse en rabino para escapar de una convocatoria para que sirva como militar en Irak; y un matrimonio a punto de disolverse a diario integrado por un abogado fumón que tiene sexo salvaje con su profesora de tenis japonesa y una mujer madura, elegante y cínica –Celia (Elizabeth Perkins), probablemente, el mejor personaje de la historia- que destila veneno sin parar hasta que toma conciencia repentinamente de que la muerte no es una estación tan lejana.
Todos ellos tienen, en medio de sucesivas crisis emocionales y existenciales, momentos de iluminación, pequeñas epifanías que generan una ineludible empatía. Pero si hay algo que exhibe sin tapujos Weeds, además de su postura genuinamente relajada con respecto al consumo controlado de drogas (los personajes de la serie tampoco le hacen asco a los los fármacos, por ejemplo), es la profunda convicción de que el mundo se convierte muchas veces en un lugar francamente insoportable sin la ayuda de algún estimulante. Algo que no es necesariamente bueno ni malo y que a esta altura resulta bastante obvio. Weeds es, como dice un slogan tan berreta como gastado, “como la vida misma”. En ese terreno les saca varios cuerpos de ventaja a los plastificados seriales argentinos que se jactan falsamente de lo mismo. Pero esa autenticidad se impone gracias a un pequeño detalle: más que reflejar mecánicamente la realidad, Weeds de alguna forma la poetiza, una operación tan efectiva como un buen joint.
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