jueves, abril 19, 2007

Sobre Kurt Vonnegut, by Fabián Casas

El subte, a veces, puede ser un lugar de redención. Ayer,en medio del clima asmático y pegajoso, un niñín leía, de parado, Barbazul, de Kurt Vonnegut. Me emocioné. Por un lado está el demoledor cambio climático, el imbécil de Telerman pensando que hacer cultura es traer a Tom Waits, Tinelli confirmando la sentencia Zappiana de que lo que más abunda en el mundo es el oxígeno y la estupidez, el maestro asesinado que renace en una pancarta piquetera bailando por un sueño y los nenitos encerrados en una casa para solaz de los que no pueden pasar la noche en vela. Y toda la mar en coche. Pero por el otro sigue Kurt. Hay una canción que cantan las hinchadas que me gustaría cantarle al viejo letal de Indianápolis: No te vayas campeón/quiero verte otra vez.

Kurt Vonnegut fue un veterano de guerra que debió soportar dos tragedias: una colectiva y otra más personal: el bombardeo de Dresde que hizo puré a toda la ciudad -y del que se salvó encerrándose en un matadero- y el suicidio de su madre. Comprendió muy temprano que el horror, a determinado nivel de ebullición, se debe convertir en risa o corremos el serio peligro de quedar turulatos. Escribió varias novelas extraordinarias: Matadero cinco, Las Sirenas de Titán, Barbazul, Buena Puntería, Cuna de Gato. Supongo que cada lector del Viejo debe tener su preferida: la mía es Las Sirenas de Titán. En ella Kurt utiliza el truco de tomar prestado recursos de la ciencia ficción para enmascarar un relato descaradamente realista. Como es realista La metamorfosis, de Kafka. Sobre el final de su vida de escritura, Vonnegut tenía un estilo: era una mezcla de Louis Ferdinand Celine y el cómico Juan Verdaguer. Parece que hace una semana se cayó y se hizo trizas. Con daños irreversibles en el cerebro, entró a boxes. Los que leímos sus libros con pasión, sabemos dónde está ahora. Nos vemos, Kilgore Trout!

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