Hace tiempo que voy a "Caribe Masajes". Son todas paraguayas las que atienden. A muchas las traen directo desde Asunción. Otras vienen desde Ciudad del Este. No sé por qué me gustan más las de Ciudad. Empecé a ir a Caribe Masajes hace unos diez años. Mi debut fue con una chica que se llama Araceli. La vi en Platynum y me gustó. A diferencia de las que apuestan a ser guerreras, ésta tenía una expresión dulzona. Yo era muy tímido; tanto que ella, al final de la sesión, se tuvo que desnudar solita. Una vez que se quitó la ropa, me preguntó si no la quería participar; sí, así me dijo. Fue raro.
La cuestión es que, desde el comienzo, quise que me pase lo que me terminó pasando hoy. ¿Qué me pasó? Bueno, fácil: agarré a una paraguayita recién traída del monte. Sí, al fin me pasó. Es como que estás en el agua, te salta un pez y vos lo agarrás con la mano. Sí, me pasó ese milagro sin siquiera esperarlo.
El caso es así: hacía bastante que no iba a Caribe Masajes y decidí ir porque, entre muchas otras cosas, extrañaba ese aire a colmenar céntrico bien atorrante. Además, la visión de culos en la calle había empezado a abrumarme. En todas las cuadras te azotan; son demasiados y son demasiado perfectos.
Ya en la presentación –así llaman al momento en que las chicas desfilan-, descubrí una chica nueva. "Sabrina soy", me dijo. Después, en el cuarto, me dijo lo increíble: "no te había visto antes. Es que hoy es mi primer día. Usted es mi segundo cliente". Me lo dijo y casi me infarto. "Y antes qué hacías?". "Hasta hace un mes trabajaba de moza". Después, le pregunté lo que pregunto siempre: ¿cuándo garchaste por primera vez? ¿Cuántos novios tuviste? ¿Cuándo fue la última vez que garchaste que no sea acá? ¿Tenés novio ahora? ¿Le entregabas la colita a tu novio? Esas cosas. Esas indagaciones son una religión adentro de Caribe Masajes. Pero en este caso eran mucho más importantes.
Así fue como Sabrina, súper tranqui, haciéndome masajes en la cola, me contó lo que quería saber. "Sos tan tranquila que pienso que sos pisciana", le dije; pero no, todo lo contrario, esa preciosura resultó ser ariana. Ese tipo de cosas hablamos mientras ella me hacía sus lindos masajes en paz.
El que no estaba tan tranquilo era yo: todo el tiempo elucubraba que de ahora en más a esta Sabrinita se le van a empernar unos ocho o nueve tipos por día; y hacía cuentas; y era peor: me alteraba cada vez más. Era como que quería agarrar toda esa divinidad sin explotar y seguir yendo por los próximos 20 o 30 días. En eso pensaba; y hacía cuentas... Contabilizaba cuánto sería prudente gastar en un caso como éste.
Al final, una hora exacta después de haber ingresado, calmo, sintiéndome amigo de mi amiga, le dije lo que digo siempre: "Tratá de juntar unos mangos y volá de acá, Sabri". Con eso me despedí. Le dije adiós a esa divinidad a punto de ser masacrada en función del metal. Una frase horrible si las hay.
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