Por Alejandro Prosdocimi, amigo de la casa
¿A quién hay que pegarle, muchachos? Tengo una amargura que te la voglio dire y me pongo a escribir esta columna bien caliente, como debe ser, con las encías listas para el banquete antropófago. Después de todo soy un argentino hundred per cent y como tal tengo derecho de nacimiento (¿no lo decía el Preámbulo?) a soltarle la mano a cualquiera, siempre y cuando sea en la derrota. No te hagás el chistoso justo hoy, dirán ustedes, amigos del soberano público, que esto es un incendio de proporciones y no está para repartir volantes de Greenpeace.
Sangre. Les voy a dar el gusto. Se me ocurren algunos cortes para la barbacoa caníbal. Empiezo con Nalbandian, que se tuneó la cancha justita para su paladar y se olvidó de preguntar si sus compañeros la preferían morocha o pelirroja. O mejor le pego a Del Potro, que se fue al Masters en lugar de concentrarse con el resto del equipo y desde hace un mes no piensa en otra cosa que en irse a Honolulu con la Salazar. ¿Y Mancini? Já, los jugadores le apagan los puchos en la cabeza. Y siguen las achuras: dirigentes, Vilas, Scioli, el público, la quiebra de Southern Winds.
Bla, bla, bla. El Circo Máximo argentino ruge por carne. Hay que matarlos a todos.
Voy a tratar de escribir con la distancia que me da tener el pasaporte comunitario (italiano, por las dudas) para ver si desde afuera puedo explicar(me) lo que pasó con balas de fogueo. Me parece que no perdimos por soberbios, porque Nalbi hizo la suya o faltara equipo. Con este mismo ¿equipo? le ganamos a Rusia, un rival del calibre de España, sino mayor. Ayer perdimos simplemente porque se fundió Del Potro. Si fue de los músculos o de la cabeza poco importa, porque como sabemos, un aspecto y el otro van de la mano. Y no estoy diciendo, la culpa fue de Del Potro. No, estoy tratando de explicar que nuestras chances previas eran muchas siempre y cuando Del Potro fuera aquél del match con Rusia. Pero llegó fundido, pidiendo la reposera y el daiquiri de damasco. Un pibe de 20 años que la venía remando y de golpe se encontró en una vida de Dreamworks, jugando 45 partidos en poco más de cinco meses, ganando torneos y yendo, en todo su derecho, al Masters.
En un año en el que, por varias razones, se profundizó la brecha entre la elite (Del Potro y Nalbandian) y el resto, estaba claro que el equipo era un tanque con los dos, y vulnerable con uno solo. El doble se podía perder de antemano, lo que nadie imaginaba era perder dos singles.
Esto me lleva a hablar de la fragilidad del potencial. Actividad compleja en un país de evaluadores lapidarios ("son pan comido" o "son unos muertos"), el tenis tiene un margen de riesgo muy alto, porque la construcción del pronóstico se hace sobre menos personas que en deportes colectivos. Se te cae uno, y la devaluación es mucho más impactante, obvio. Con Del Potro llegamos a la final. Sin aquel Del Potro, la perdimos.
Con estos mismos parámetros de análisis (dos jugadores de nivel, un sorteo amable) la puerta para ganar algún día esta bendita Davis no está definitivamente cerrada, aunque suene a palmadita en el hombro al sentado en la silla eléctrica.
Disculpas por escupir el asado, muchachos.
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