viernes, julio 31, 2009

Gardel of milk, by Fabián Casas

Para los spinettianos del mundo

La verdad, los premios me resultan una estupidez, a menos que me los den a mí. Me acuerdo de estar parado frente al inmenso portón de una fábrica de figuritas. Estoy con mis amigos del barrio -los olímpicos- que me vinieron a acompañar para ver si es verdad lo que se prometía: llené el álbum de figuritas del mundial del 74 con la más difícil, Mukombo, el jugador de Zaire, y quiero que me den la pelota que me corresponde como premio. Pasamos el portón, le entrego el álbum a un señor mayor que está detrás de unos escritorio inmenso, el tipo lo chequea, se sonríe y me dice que espere, que esperemos. Recuerdo todo esto bajo un silencio de misa. De pronto, el tipo irrumpe con una pelota enorme en sus manos. Es de un material raro y genial. Me dice: "es de plastibol". Se la muestro a mis amigos como si les pasara la Copa del Mundo y cada uno la toca, la besa, la pesa. Concordamos en que es un objeto extraordinario. Era de color marrón y de un peso irregular, como la canción de Spinetta.


A Spinetta lo acaban de premiar con el Gardel de Oro. Pero Spinetta es Gardel hace mucho y el premio más que hacer justicia remarca precisamente eso, que los premios que pueden dar la industria, los críticos o quien sea no sirven para nada. La palabra gardel es hermosa. La usaba y la usa mi viejo como adjetivo para remarcar que algo es superior. Gardel remite a la esencia del porteño que habitó este lugar cerca del ojo que mira al magma en el siglo XX. Tiene algo de metafísica, pero también de sensualidad. En la boca suena bien. Digan "gardel". Algunos quisieron suplantar el adjetivo gardel por "maradona". Pero esta palabra es muy larga, no suena como Gardel, y remite a las proezas deportivas más que a las del alma. Gardel, en cambio, es gardel. Yo tenía un gran amigo con el que trabajaba en un diario -el Mono Zuanich-, que me dijo una vez mientras nos lavábamos las manos en un baño: "Jamás podría ser amigo de alguien que no le guste Spinetta". Un psicólogo junguiano que frecuenté remarcaba que ningún hombre establece una pareja íntima y profunda con una mujer sino la ve también, potencialmente, como la madre de sus hijos. Son cosas un poco antojadizas, pero la verdad es que me cuesta entender que a una persona que me cae bien no le guste Spinetta. Para mí el culto de Spinetta es una marca generacional. Estoy absolutamente seguro que mi vida hubiera sido menos interesante sin la música de Spinetta. Con Artaud girando en un viejo Winco empezó la magia. Esos versos tan a contrapelo de la poesía estereotipada del rock: "Cuidalo de drogas, nunca lo reprimas, dale tibia leche de tu cuerpo". O el punteo con el que empieza la "Cantata de puentes amarillos" que yo asocio a la multitud hermosa y joven que iba a Ezeiza para hacer -sin saberlo algunos- nuestro Woodstock de sangre y violencia. A la poesía de Spinetta, como a toda gran poesía, no se la puede definir, se la reconoce. Está ahí y te toca -como decía Borges- igual que la presencia del mar.

1 comentario:

  1. Bien Fabián!! Totalmente de acuerdo con todo el texto. Maravilloso título, además.

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