South Park es una serie de dibujos animados para adultos. Más que dibujados, parecieran estar hechos con recortes de papel glacé. Es una serie cínica y punk, mucho más salvaje que Los Simpsons. Los protagonistas principales son unos niños. Uno de ellos se llama Keny y lo matan en todos los capítulos de una manera salvaje y diferente cada vez. Una sierra, un estrangulador, un tren en marcha, lo que sea sirve para cargarse a Keny y que los niños de South Park larguen la muletilla: "¡Mataron a Kenny!". Así, rompiendo la linealidad temporal lógica de la trama, Kenny muere una y otra vez, en una repetición esperada y graciosa. Sólo está para que lo maten de la manera más atroz. Y a nadie le importa mucho más que eso.
Lo mismo viene pasando en nuestro país desde hace ya mucho tiempo. Puede ser un tren, una delación, una bala perdida, los autos, la desidia oficial o la riqueza acumulada en unos pocos, todo sirve para matar a alguien. El sábado pasado mataron a un joven hincha de Vélez que iba a ver su partido preferido. Para todos -salvo para los implicados directamente, sus familiares, sus seres queridos- mataron a Kenny. Que va a seguir muriendo una y otra vez, soportando el escarmiento que le han impuesto los perversos guionistas. Acá, en este lado del mundo, no existe Dios: existen los guionistas, los evangelistas salvajes que llenan la 9 de Julio, los cínicos cardenales de la iglesia católica y los políticos de carrera que buscan sacarse fotos con los evangelistas.
¿Qué hacen todos ellos? Utilizan la tristeza de la gente para su provecho personal. Ustedes saben que la ciencia ficción sucede en el pasado: Soy leyenda, un tipo caminando por una ciudad vacía y rodeada de vampiros es nuestro Buenos Aires. Acá nadie respeta a nadie, y mientras en los titulares de los diarios nuestro ministro baby face dice que "la economía argentina está sana", basta salir a la calle para ver una cantidad alarmante de niños, viejos y jóvenes durmiendo en cualquier lado, comiendo lo que les tiren o lo que puedan robar. Por otra parte, en el asfalto de las calles y de las rutas se está viviendo una carnicería que podría reducir a una pavada las fantasías eróticas y futuristas del Ballard de Crash: ahí matan a Kenny a todo lo que da. Ayer fue un anciano en Flores al que se le escapó el auto como si fuera un caballo enloquecido y arrasó con todo lo que se le ponía delante, o el chofer que cabeceaba en la ruta por el cansancio acumulado y se tragó un tren que terminó dejando a varias familias diezmadas para siempre.
Kenny, si vinieras a nuestro país tendrías muchas posibilidades de practicar tu número una y otra vez. Por ejemplo, te propongo las veredas angostas del centro o de San Telmo, donde los inmensos colectivos pasan a presión, sacándole punta al cordón de la vereda. Ahí te podrían destrozar a gusto. O un domingo, en la cancha, en un cruce con nunchakus y cuchillos entre barrabravas esponsoreados por los dirigentes de turno: ¡esa sí que sería otra buena muerte! Este es un país donde los Kennys del mundo tendrán miles de oportunidades de tener una muerte espantosa. Una de nuestras máximas es "algún culo va a sangrar". Otra: "Hay que hacer algo para parar esto porque le puede pasar a cualquiera". ¿No es genial , Kenny? La gente se opone a las cosas cuando pasan de castaño oscuro, porque le puede pasar a cualquiera, es decir, a uno. Y eso es lo peor de todo. Que le pueda pasar a uno. No se oponen porque está mal y hay que oponerse al mal, sino porque ese mal puede venir como un dardo envenenado justo a parar a nuestra pequeña mónada. A este pequeño iglú de percepción que logramos construir tras años y años de esclavitud consentida. Lois Ferdinand Celine tenía razón: habría que cerrar el mundo por lo menos durante dos o tres generaciones. Que no se diga más. Que así sea. Y rápido.
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