viernes, abril 04, 2008

Blonde On Blonde, by Fabián Casla

Bob Dylan fue el primero en sacar un disco doble. El San Lorenzo del Toto Lorenzo fue el primer equipo argentino en salir bicampeón. En el lado uno, el Metropolitano, en el lado dos, el Nacional. Fue en el 72. Yo tenía siete años. Recuerdo estar en la cama de mis viejos, a colchón pelado -mi mamá sacaba todas las sábanas cuando limpiaba su dormitorio- viendo en blanco y negro la final que se estaba jugando en Núñez entre San Lorenzo y River. Como ya nos pasó varias veces en la historia cuando jugábamos un partido definitorio, esa tarde erramos un penal. Después el Lele Figueroa puso el uno a cero definitivo. Me acuerdo de que mi viejo volvió de la cancha y me alzó y me abrazó y me besó. Estaba afónico porque había estado en el Monumental desgañitándose, algo que sigue haciendo aún hoy a los 79 años.

¿Pero habrá sido así? O en realidad el día que me abrazó fue cuando volvió en el 74 después del partido contra Ferro, donde tiraron gases lacrimógenos y nos coronamos campeones con Zubeldía en el banco. Estaban Scotta y Ortiz, dos delanteros letales. Me acuerdo que en esa época se decía que Scotta ponía sus pies en un horno y que por eso lograba sacar esos terribles chutazos que se incrustaban en la red. Sí, eso decían.

Me acuerdo del Gasómetro, de la tribuna de los niños, pegada al alambrado por donde veíamos pasar corriendo al Sapo Villar. Me acuerdo del Mono Irusta en las figuritas superchapitas, con un buzo celeste. Había también una tribuna de mujeres y una para jubilados. El Gasómetro tenía olor a madera, porque estaba hecho con tablones. Después, en el 74 vino el Mundial, la muerte de Perón... Me acuerdo del Ratón Ayala llorando en la concentración alemana. Me acuerdo de la propaganda de Interminable, con la voz finita. Y el día que nos fuimos a la B, con mi papá enjaulado en su dormitorio, en pijama, sentado a los pies de su cama matrimonial, como un coloso sumergido.

Me acuerdo del mejor jugador que vi en mi life: el Gordo Rinaldi. El nos cuidaba -como un guardián en el centeno- cuando nos tirábamos a lo más hondo en la pileta de la ciudad deportiva. Me acuerdo de verlo venir corriendo hacia mí, que estaba en la popular de Vélez, en ese año que volvimos a la A y en el que casi ganamos el campeonato metiendo miles de goles. El gol de Husillos en Córdoba, desde la mitad de la cancha... Me acuerdo de la placita Butteler, un lugar onírico, como las pinturas metafísicas de De Chiricco. Podés pasar por uno de sus lados, pero no la vez, el teorema de la Butte: un lugar sin fin donde se juntan los extremos del horizonte azulgrana.

Me acuerdo de Tití, un amigo del barrio que inventaba las canciones de la barra del Casla. Mientras las iba componiendo, movía el dedo índice de la mano derecha, como si fuera una batuta invisible. Y la pantalla dividida con Gimnasia e Independiente por un lado y el Casla vs. Central por el otro. Infartante. O en el 75, cuando Alonso me hizo llorar porque nos lastimó con la belleza de su juego demoledor. La camiseta azulgrana del 68, con botones, la de piqué del 72 con cuello en V. La del Gordo Rinaldi blanca y con cuello largo. Recuerdo a mis amigos juntándose en la esquina de Boedo y Estados Unidos para salir caminando hasta Avenida La Plata. O los domingos en los que esperábamos que abrieran las puertas para entrar en el segundo tiempo.

Recuerdo una tarde de lluvia, un partido malísimo contra Ferro que ganábamos dos a cero y perdimos cuatro a dos. Mientras ganábamos nosotros cantábamos: "matadores/matadores". Cuando Ferro lo dio vuelta, nos contestaban; "de polillas, cucarachas y ratones". Recuerdo el ambiente expresionista del Gasómetro de noche, un partido contra Argentinos Juniors en el que Maradona nos dio un pesto bárbaro. Recuerdo las miles de cábalas que no sirvieron para nada. Y las que sirvieron para todo.

Hoy cumplimos cien años sin soledad. Una fuerza colectiva construida por mis seres queridos. Un pequeño lugar en el universo en el que me mantengo con una pequeña ayuda de mis amigos. Salud, Ciclón.

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