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Lunes
Deléctrico ¿Va a venir o no va a venir? ¡Que se decida!
Martes
Líneas para una novela: Culeli tenía un tigre de bengala. Desde chiquito. Le daba de comer y un día se le soltó en el barrio. Un desastre.
Miércoles
Anoto lo que dice Javier Martínez: "Desde que se separaron Los Gatos, el rock se llenó de ratones: Los Súper Ratones, Los Ratones Paranoicos, Rata Blanca, etc". Se puede usar como epígrafe para la biografía de Rosso que estoy escribiendo como ghost writer.
El famoso crítico Pablo Strozza dijo: "Cuando tocó Beck me fui a comer un pancho". ¿Esto significa colocar lo popular por encima de la vanguardia?
Jueves
Yo.
Viernes
Odio a Iorio y a los que lo festejan.
jueves, noviembre 27, 2008
miércoles, noviembre 26, 2008
Caribbean Massages, by Rupert
Hace tiempo que voy a "Caribe Masajes". Son todas paraguayas las que atienden. A muchas las traen directo desde Asunción. Otras vienen desde Ciudad del Este. No sé por qué me gustan más las de Ciudad. Empecé a ir a Caribe Masajes hace unos diez años. Mi debut fue con una chica que se llama Araceli. La vi en Platynum y me gustó. A diferencia de las que apuestan a ser guerreras, ésta tenía una expresión dulzona. Yo era muy tímido; tanto que ella, al final de la sesión, se tuvo que desnudar solita. Una vez que se quitó la ropa, me preguntó si no la quería participar; sí, así me dijo. Fue raro.
La cuestión es que, desde el comienzo, quise que me pase lo que me terminó pasando hoy. ¿Qué me pasó? Bueno, fácil: agarré a una paraguayita recién traída del monte. Sí, al fin me pasó. Es como que estás en el agua, te salta un pez y vos lo agarrás con la mano. Sí, me pasó ese milagro sin siquiera esperarlo.
El caso es así: hacía bastante que no iba a Caribe Masajes y decidí ir porque, entre muchas otras cosas, extrañaba ese aire a colmenar céntrico bien atorrante. Además, la visión de culos en la calle había empezado a abrumarme. En todas las cuadras te azotan; son demasiados y son demasiado perfectos.
Ya en la presentación –así llaman al momento en que las chicas desfilan-, descubrí una chica nueva. "Sabrina soy", me dijo. Después, en el cuarto, me dijo lo increíble: "no te había visto antes. Es que hoy es mi primer día. Usted es mi segundo cliente". Me lo dijo y casi me infarto. "Y antes qué hacías?". "Hasta hace un mes trabajaba de moza". Después, le pregunté lo que pregunto siempre: ¿cuándo garchaste por primera vez? ¿Cuántos novios tuviste? ¿Cuándo fue la última vez que garchaste que no sea acá? ¿Tenés novio ahora? ¿Le entregabas la colita a tu novio? Esas cosas. Esas indagaciones son una religión adentro de Caribe Masajes. Pero en este caso eran mucho más importantes.
Así fue como Sabrina, súper tranqui, haciéndome masajes en la cola, me contó lo que quería saber. "Sos tan tranquila que pienso que sos pisciana", le dije; pero no, todo lo contrario, esa preciosura resultó ser ariana. Ese tipo de cosas hablamos mientras ella me hacía sus lindos masajes en paz.
El que no estaba tan tranquilo era yo: todo el tiempo elucubraba que de ahora en más a esta Sabrinita se le van a empernar unos ocho o nueve tipos por día; y hacía cuentas; y era peor: me alteraba cada vez más. Era como que quería agarrar toda esa divinidad sin explotar y seguir yendo por los próximos 20 o 30 días. En eso pensaba; y hacía cuentas... Contabilizaba cuánto sería prudente gastar en un caso como éste.
Al final, una hora exacta después de haber ingresado, calmo, sintiéndome amigo de mi amiga, le dije lo que digo siempre: "Tratá de juntar unos mangos y volá de acá, Sabri". Con eso me despedí. Le dije adiós a esa divinidad a punto de ser masacrada en función del metal. Una frase horrible si las hay.
La cuestión es que, desde el comienzo, quise que me pase lo que me terminó pasando hoy. ¿Qué me pasó? Bueno, fácil: agarré a una paraguayita recién traída del monte. Sí, al fin me pasó. Es como que estás en el agua, te salta un pez y vos lo agarrás con la mano. Sí, me pasó ese milagro sin siquiera esperarlo.
El caso es así: hacía bastante que no iba a Caribe Masajes y decidí ir porque, entre muchas otras cosas, extrañaba ese aire a colmenar céntrico bien atorrante. Además, la visión de culos en la calle había empezado a abrumarme. En todas las cuadras te azotan; son demasiados y son demasiado perfectos.
Ya en la presentación –así llaman al momento en que las chicas desfilan-, descubrí una chica nueva. "Sabrina soy", me dijo. Después, en el cuarto, me dijo lo increíble: "no te había visto antes. Es que hoy es mi primer día. Usted es mi segundo cliente". Me lo dijo y casi me infarto. "Y antes qué hacías?". "Hasta hace un mes trabajaba de moza". Después, le pregunté lo que pregunto siempre: ¿cuándo garchaste por primera vez? ¿Cuántos novios tuviste? ¿Cuándo fue la última vez que garchaste que no sea acá? ¿Tenés novio ahora? ¿Le entregabas la colita a tu novio? Esas cosas. Esas indagaciones son una religión adentro de Caribe Masajes. Pero en este caso eran mucho más importantes.
Así fue como Sabrina, súper tranqui, haciéndome masajes en la cola, me contó lo que quería saber. "Sos tan tranquila que pienso que sos pisciana", le dije; pero no, todo lo contrario, esa preciosura resultó ser ariana. Ese tipo de cosas hablamos mientras ella me hacía sus lindos masajes en paz.
El que no estaba tan tranquilo era yo: todo el tiempo elucubraba que de ahora en más a esta Sabrinita se le van a empernar unos ocho o nueve tipos por día; y hacía cuentas; y era peor: me alteraba cada vez más. Era como que quería agarrar toda esa divinidad sin explotar y seguir yendo por los próximos 20 o 30 días. En eso pensaba; y hacía cuentas... Contabilizaba cuánto sería prudente gastar en un caso como éste.
Al final, una hora exacta después de haber ingresado, calmo, sintiéndome amigo de mi amiga, le dije lo que digo siempre: "Tratá de juntar unos mangos y volá de acá, Sabri". Con eso me despedí. Le dije adiós a esa divinidad a punto de ser masacrada en función del metal. Una frase horrible si las hay.
lunes, noviembre 24, 2008
Sobre la Davis
Por Alejandro Prosdocimi, amigo de la casa
¿A quién hay que pegarle, muchachos? Tengo una amargura que te la voglio dire y me pongo a escribir esta columna bien caliente, como debe ser, con las encías listas para el banquete antropófago. Después de todo soy un argentino hundred per cent y como tal tengo derecho de nacimiento (¿no lo decía el Preámbulo?) a soltarle la mano a cualquiera, siempre y cuando sea en la derrota. No te hagás el chistoso justo hoy, dirán ustedes, amigos del soberano público, que esto es un incendio de proporciones y no está para repartir volantes de Greenpeace.
Sangre. Les voy a dar el gusto. Se me ocurren algunos cortes para la barbacoa caníbal. Empiezo con Nalbandian, que se tuneó la cancha justita para su paladar y se olvidó de preguntar si sus compañeros la preferían morocha o pelirroja. O mejor le pego a Del Potro, que se fue al Masters en lugar de concentrarse con el resto del equipo y desde hace un mes no piensa en otra cosa que en irse a Honolulu con la Salazar. ¿Y Mancini? Já, los jugadores le apagan los puchos en la cabeza. Y siguen las achuras: dirigentes, Vilas, Scioli, el público, la quiebra de Southern Winds.
Bla, bla, bla. El Circo Máximo argentino ruge por carne. Hay que matarlos a todos.
Voy a tratar de escribir con la distancia que me da tener el pasaporte comunitario (italiano, por las dudas) para ver si desde afuera puedo explicar(me) lo que pasó con balas de fogueo. Me parece que no perdimos por soberbios, porque Nalbi hizo la suya o faltara equipo. Con este mismo ¿equipo? le ganamos a Rusia, un rival del calibre de España, sino mayor. Ayer perdimos simplemente porque se fundió Del Potro. Si fue de los músculos o de la cabeza poco importa, porque como sabemos, un aspecto y el otro van de la mano. Y no estoy diciendo, la culpa fue de Del Potro. No, estoy tratando de explicar que nuestras chances previas eran muchas siempre y cuando Del Potro fuera aquél del match con Rusia. Pero llegó fundido, pidiendo la reposera y el daiquiri de damasco. Un pibe de 20 años que la venía remando y de golpe se encontró en una vida de Dreamworks, jugando 45 partidos en poco más de cinco meses, ganando torneos y yendo, en todo su derecho, al Masters.
En un año en el que, por varias razones, se profundizó la brecha entre la elite (Del Potro y Nalbandian) y el resto, estaba claro que el equipo era un tanque con los dos, y vulnerable con uno solo. El doble se podía perder de antemano, lo que nadie imaginaba era perder dos singles.
Esto me lleva a hablar de la fragilidad del potencial. Actividad compleja en un país de evaluadores lapidarios ("son pan comido" o "son unos muertos"), el tenis tiene un margen de riesgo muy alto, porque la construcción del pronóstico se hace sobre menos personas que en deportes colectivos. Se te cae uno, y la devaluación es mucho más impactante, obvio. Con Del Potro llegamos a la final. Sin aquel Del Potro, la perdimos.
Con estos mismos parámetros de análisis (dos jugadores de nivel, un sorteo amable) la puerta para ganar algún día esta bendita Davis no está definitivamente cerrada, aunque suene a palmadita en el hombro al sentado en la silla eléctrica.
Disculpas por escupir el asado, muchachos.
¿A quién hay que pegarle, muchachos? Tengo una amargura que te la voglio dire y me pongo a escribir esta columna bien caliente, como debe ser, con las encías listas para el banquete antropófago. Después de todo soy un argentino hundred per cent y como tal tengo derecho de nacimiento (¿no lo decía el Preámbulo?) a soltarle la mano a cualquiera, siempre y cuando sea en la derrota. No te hagás el chistoso justo hoy, dirán ustedes, amigos del soberano público, que esto es un incendio de proporciones y no está para repartir volantes de Greenpeace.
Sangre. Les voy a dar el gusto. Se me ocurren algunos cortes para la barbacoa caníbal. Empiezo con Nalbandian, que se tuneó la cancha justita para su paladar y se olvidó de preguntar si sus compañeros la preferían morocha o pelirroja. O mejor le pego a Del Potro, que se fue al Masters en lugar de concentrarse con el resto del equipo y desde hace un mes no piensa en otra cosa que en irse a Honolulu con la Salazar. ¿Y Mancini? Já, los jugadores le apagan los puchos en la cabeza. Y siguen las achuras: dirigentes, Vilas, Scioli, el público, la quiebra de Southern Winds.
Bla, bla, bla. El Circo Máximo argentino ruge por carne. Hay que matarlos a todos.
Voy a tratar de escribir con la distancia que me da tener el pasaporte comunitario (italiano, por las dudas) para ver si desde afuera puedo explicar(me) lo que pasó con balas de fogueo. Me parece que no perdimos por soberbios, porque Nalbi hizo la suya o faltara equipo. Con este mismo ¿equipo? le ganamos a Rusia, un rival del calibre de España, sino mayor. Ayer perdimos simplemente porque se fundió Del Potro. Si fue de los músculos o de la cabeza poco importa, porque como sabemos, un aspecto y el otro van de la mano. Y no estoy diciendo, la culpa fue de Del Potro. No, estoy tratando de explicar que nuestras chances previas eran muchas siempre y cuando Del Potro fuera aquél del match con Rusia. Pero llegó fundido, pidiendo la reposera y el daiquiri de damasco. Un pibe de 20 años que la venía remando y de golpe se encontró en una vida de Dreamworks, jugando 45 partidos en poco más de cinco meses, ganando torneos y yendo, en todo su derecho, al Masters.
En un año en el que, por varias razones, se profundizó la brecha entre la elite (Del Potro y Nalbandian) y el resto, estaba claro que el equipo era un tanque con los dos, y vulnerable con uno solo. El doble se podía perder de antemano, lo que nadie imaginaba era perder dos singles.
Esto me lleva a hablar de la fragilidad del potencial. Actividad compleja en un país de evaluadores lapidarios ("son pan comido" o "son unos muertos"), el tenis tiene un margen de riesgo muy alto, porque la construcción del pronóstico se hace sobre menos personas que en deportes colectivos. Se te cae uno, y la devaluación es mucho más impactante, obvio. Con Del Potro llegamos a la final. Sin aquel Del Potro, la perdimos.
Con estos mismos parámetros de análisis (dos jugadores de nivel, un sorteo amable) la puerta para ganar algún día esta bendita Davis no está definitivamente cerrada, aunque suene a palmadita en el hombro al sentado en la silla eléctrica.
Disculpas por escupir el asado, muchachos.
martes, noviembre 18, 2008
Lista de temas del 15/11/08
Peace (Ornette Coleman)
Los hongos de Marosa (Juana Molina)
Tiemblo (Florencia Ruiz)
Antillas (El Guincho)
Goood Girl / Carrots (Panda Bear)
DISCO DE LA SEMANA
Another World de Antony & the Johnsons
Another Wold
Shake That Devil
Prescription (Scott Matthew)
Memory of a Free Festival (David Bowie)
Esgrima (Gepe)
Esquemas juveniles (Javiera Mena)
Civil War Correspondent (John Parish & Polly Jean Harvey)
From Her To Eternity (Nick Cave)
A Few Words in Defense of Our Country (Randy Newman)
Political World (Bob Dylan)
Solo en el parque (Emiliano Martínez)
Llueve (Lucio Mantel)
Don't Be Light (Air)
Los hongos de Marosa (Juana Molina)
Tiemblo (Florencia Ruiz)
Antillas (El Guincho)
Goood Girl / Carrots (Panda Bear)
DISCO DE LA SEMANA
Another World de Antony & the Johnsons
Another Wold
Shake That Devil
Prescription (Scott Matthew)
Memory of a Free Festival (David Bowie)
Esgrima (Gepe)
Esquemas juveniles (Javiera Mena)
Civil War Correspondent (John Parish & Polly Jean Harvey)
From Her To Eternity (Nick Cave)
A Few Words in Defense of Our Country (Randy Newman)
Political World (Bob Dylan)
Solo en el parque (Emiliano Martínez)
Llueve (Lucio Mantel)
Don't Be Light (Air)
lunes, noviembre 17, 2008
ME.mp3, 15 de noviembre
El programa del sábado 15 en MP3 (cuatro partes):
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martes, noviembre 11, 2008
ME.mp3, 8 de noviembre
El programa del sábado 8 en MP3 (cuatro partes):
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martes, noviembre 04, 2008
Elogio de la sombra, by Fabián Casas
Fernando Cabrera suele versionar en vivo "Muchacha ojos de papel", de Luis Alberto Spinetta. Escucharlo tocar ese tema es una experiencia singular. Cabrera hace una apropiación crítica de esa canción fundacional del rock argentino. De alguna manera, desde la periferia, donde él suele plantarse, lo sobrevuela y erosiona, resignificándolo. Como suele hacer la deconstrucción francesa, el compositor uruguayo cuestiona el centro para que podamos escuchar "Muchacha..." bajo una nueva luz. A mí me tocó entrar a Cabrera escuchando extrañado esa versión inaudita. Más que la emoción, me picó la curiosidad. Con el tiempo, llegaría también la emoción.
Fernando Cabrera ha publicado ya muchos discos, y desde muy joven fue reconocido por sus pares y por sus mayores. Grabó con Mateo, tocó con Darnauchans y Jorge Drexler -el uruguayo de exportación- nunca paró de elogiarlo y de reconocer su influencia. Se sabe que Jaime Roos no suele hablar de nadie. Hay, por lo menos, dos tipos de tono uruguayo, uno que parece venir de la esencia de los tambores negros, un cantito particular y coloquial que tiene en su esencia algo mineral -si esta imagen puede ser posible- y otro tono más grave, como la voz de Roos, que parece más bien la de los homosexuales reprimidos que intentan -para ahuyentar sospechas- parecer muy machos.
Cabrera tiene la particularidad de que no parece preocupado por parecer nada. No parece un músico moderno, no parece un poeta, no parece un profeta... La estética de sus discos también es interesante para comprenderlo. Las tapas son horribles. Fotos directas sin ningún discurso semiótico escondido a la manera de las de Dylan -para nombrar otro songwriter- ni ningún tipo de genialidad. Por lo general está Cabrera recortado sobre fondos verdes, lilas o rojos. Casi siempre tiene una guitarra en las manos. La estética de sus tapas me hace acordar a esa gente que, cuando hace frío, se pone el pullover que tiene a mano y no se preocupa por si el cuello redondo deja afuera el de la camisa. Cabrera no está a la moda ni está, de forma estudiada, fuera de la moda. Es un tipo común. Pero la música que compone es genial. Escuchar un disco de Cabrera es una experiencia, al principio, aburrida. De hecho, el tipo de sonido que usa no es muy amigable. No tiene hits, no tiene arreglos demagógicos y no suena para nada moderno. La música no tiene packaging. Parece que no intentara venderse o no supiera bien cómo hacerlo. Sin embargo, con el correr de las escuchas, los esqueletos fosforescentes de los temas empiezan a reverberar y las letras pegan latigazos que provocan admiración y emoción. Admiración por la arquitectura osada de la forma, y emoción por la precisión de las imagenes: "te fuiste de mi vida/ te di un abrazo de despedida/ la oscuridad devora y no convida". Fernando Cabrera puede empezar una canción que a priori promete un estribillo, pero ese estribillo no vuelve nunca como lo pediría un tema tradicional. O tal vez la empezó como una balada y de golpe se rompe en un grito bagualero para terminar con frases jazzísticas o acordes piazzollianos.
Hace un par de días lo vi en vivo en un teatro porteño. Por un costado del escenario alguien tiraba humo blanco. Me acuerdo que ese efecto me resultó caricaturesco como pocas veces. ¿Para qué sirve ese humo?, parece preguntarnos la música de Cabrera. Frente a la potencia de sus temas y la parsimonia de su estar en escena (Cabrera casi no se mueve, o se mueve como los muñecos del Capitán Escarlata), cualquier acción cosmética resulta inútil. A Cabrera se lo va a escuchar. Cabrera no es creado por el público, el crea al oyente en ese movimiento siempre peligroso porque, tal vez, el espectador al que están destinados sus temas quizá no aparezca nunca.
Hay música que está fechada y sólo basta con dejar pasar el tiempo para que los oropeles se pongan en mal estado, como un yogur vencido. Por ejemplo, el bajo musculoso de Pedro Aznar. A veces pienso que sería bueno escuchar los hermosos temas de Serú Girán naked del bajo de Aznar. Con Fernando Cabrera, en cambio, uno primero cae en la ilusión que todo el tema está fechado, es inactual o pasado de moda, para después comprender que está escrito en un lenguaje extraño. No se alimenta del brillo, sino de las sombras, que permiten sugerir y dejar ver mejor las sensaciones. En ese sentido Cabrera es oriental, pero no por uruguayo, sino por japonés. En el libro "Elogio de la sombra", del novelista Junichiro Tanizaki, se habla del excesivo culto del brillo de los metales del mundo occidental y se lo contrapone a los colores más oscuros de la cultura japonesa y a la forma en que estos pueblos dejan que una pátina de suciedad se adueñe de sus objetos para que sean dignos representantes del paso del tiempo, del que no se puede escapar. Quizá en esa actitud japonesa esté el misterio de la música del uruguayo. Sus canciones tienen adheridas el paso del tiempo y el acontecimiento de las generaciones. Pueden narrar la historia del Uruguay o contar cómo un hombre es invitado al casamiento de su antiguo amor. La percusión puede venir tanto de una batería o de una cajita de fósforos. Presenciar un recital de Cabrera produce inmediatamente ganas de componer música, se sea músico o no. Porque lo que él hace en escena es narrar las posibilidades insondables que puede tener nuestra vida, ese cliché que se preocupan por perpetuar la religión, los políticos y el mundo del espectáculo.
Fernando Cabrera ha publicado ya muchos discos, y desde muy joven fue reconocido por sus pares y por sus mayores. Grabó con Mateo, tocó con Darnauchans y Jorge Drexler -el uruguayo de exportación- nunca paró de elogiarlo y de reconocer su influencia. Se sabe que Jaime Roos no suele hablar de nadie. Hay, por lo menos, dos tipos de tono uruguayo, uno que parece venir de la esencia de los tambores negros, un cantito particular y coloquial que tiene en su esencia algo mineral -si esta imagen puede ser posible- y otro tono más grave, como la voz de Roos, que parece más bien la de los homosexuales reprimidos que intentan -para ahuyentar sospechas- parecer muy machos.
Cabrera tiene la particularidad de que no parece preocupado por parecer nada. No parece un músico moderno, no parece un poeta, no parece un profeta... La estética de sus discos también es interesante para comprenderlo. Las tapas son horribles. Fotos directas sin ningún discurso semiótico escondido a la manera de las de Dylan -para nombrar otro songwriter- ni ningún tipo de genialidad. Por lo general está Cabrera recortado sobre fondos verdes, lilas o rojos. Casi siempre tiene una guitarra en las manos. La estética de sus tapas me hace acordar a esa gente que, cuando hace frío, se pone el pullover que tiene a mano y no se preocupa por si el cuello redondo deja afuera el de la camisa. Cabrera no está a la moda ni está, de forma estudiada, fuera de la moda. Es un tipo común. Pero la música que compone es genial. Escuchar un disco de Cabrera es una experiencia, al principio, aburrida. De hecho, el tipo de sonido que usa no es muy amigable. No tiene hits, no tiene arreglos demagógicos y no suena para nada moderno. La música no tiene packaging. Parece que no intentara venderse o no supiera bien cómo hacerlo. Sin embargo, con el correr de las escuchas, los esqueletos fosforescentes de los temas empiezan a reverberar y las letras pegan latigazos que provocan admiración y emoción. Admiración por la arquitectura osada de la forma, y emoción por la precisión de las imagenes: "te fuiste de mi vida/ te di un abrazo de despedida/ la oscuridad devora y no convida". Fernando Cabrera puede empezar una canción que a priori promete un estribillo, pero ese estribillo no vuelve nunca como lo pediría un tema tradicional. O tal vez la empezó como una balada y de golpe se rompe en un grito bagualero para terminar con frases jazzísticas o acordes piazzollianos.
Hace un par de días lo vi en vivo en un teatro porteño. Por un costado del escenario alguien tiraba humo blanco. Me acuerdo que ese efecto me resultó caricaturesco como pocas veces. ¿Para qué sirve ese humo?, parece preguntarnos la música de Cabrera. Frente a la potencia de sus temas y la parsimonia de su estar en escena (Cabrera casi no se mueve, o se mueve como los muñecos del Capitán Escarlata), cualquier acción cosmética resulta inútil. A Cabrera se lo va a escuchar. Cabrera no es creado por el público, el crea al oyente en ese movimiento siempre peligroso porque, tal vez, el espectador al que están destinados sus temas quizá no aparezca nunca.
Hay música que está fechada y sólo basta con dejar pasar el tiempo para que los oropeles se pongan en mal estado, como un yogur vencido. Por ejemplo, el bajo musculoso de Pedro Aznar. A veces pienso que sería bueno escuchar los hermosos temas de Serú Girán naked del bajo de Aznar. Con Fernando Cabrera, en cambio, uno primero cae en la ilusión que todo el tema está fechado, es inactual o pasado de moda, para después comprender que está escrito en un lenguaje extraño. No se alimenta del brillo, sino de las sombras, que permiten sugerir y dejar ver mejor las sensaciones. En ese sentido Cabrera es oriental, pero no por uruguayo, sino por japonés. En el libro "Elogio de la sombra", del novelista Junichiro Tanizaki, se habla del excesivo culto del brillo de los metales del mundo occidental y se lo contrapone a los colores más oscuros de la cultura japonesa y a la forma en que estos pueblos dejan que una pátina de suciedad se adueñe de sus objetos para que sean dignos representantes del paso del tiempo, del que no se puede escapar. Quizá en esa actitud japonesa esté el misterio de la música del uruguayo. Sus canciones tienen adheridas el paso del tiempo y el acontecimiento de las generaciones. Pueden narrar la historia del Uruguay o contar cómo un hombre es invitado al casamiento de su antiguo amor. La percusión puede venir tanto de una batería o de una cajita de fósforos. Presenciar un recital de Cabrera produce inmediatamente ganas de componer música, se sea músico o no. Porque lo que él hace en escena es narrar las posibilidades insondables que puede tener nuestra vida, ese cliché que se preocupan por perpetuar la religión, los políticos y el mundo del espectáculo.
ME.mp3, 1 de noviembre
El programa del sábado 1 en MP3 (cuatro partes):
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