martes, mayo 30, 2006
Waiting for the mundial by Fabián Casas
Bien, llegué a un arreglo económico con la gente de Mal Elemento para escribir estas columnas en torno al Mundial pero, para ser sincero, tengo que aclarar algo de movida: si no juega San Lorenzo (único equipo del que soy hincha) me importa un bledo el mundial. Y si lo sigo de reojo por la tele, es probable que termine hinchando por un equipo que no siempre es el del país donde nací. Por ejemplo, ahora, a priori, simpatizo más con Brasil y con esa delantera descomunal (Ronaldinho, Ronaldo, Kaka, Adriano) que con el equipo anémico que comanda el hombre Peker. El último equipo argentino por el que hinché, es decir, que me gustaba verlo jugar, fue el que comandaba el Hombre de Pelo de Chinchilla, más conocido como Basile. Estaba el Gordo, estaba Caniggia (y la dupla dramática que formaban) y el cinco era Redondo, un jugador descomunal, el Satánico Doctor No (creo que le dijo que no a Bilardo y a Passarella, entre otros). Ese equipo tenía un gran poder de representación. Uno esperaba que sucediera algo descomunal, había una inminencia eléctrica en el aire. Maradona podía apilarse a seis Nigerianos, Caniggia la colocaba en el ángulo más lejano del arquero después de pedírsela a Diego, podían tambíen ser detenidos robando algo en el freeshop del aeropuerto, o, como finalmente sucedió, ser llevados de la mano por una enfermera yanqui directo al horno de Banchero, etc. "¿Y si Dios es mujer, y si Dios es una de las seis enfermeras locas del hospital de Pikfoord?", escribió Juan Gelman. Bueno, ese era un equipo. Ahora, mientras escribo, están pasando por la tele Argentina vs. Angola. Creo que los angoleños que juegan son los once tipos que quedaron vivos después de la última guerra civil que azotó al país. En el medio juega un rubio. Probablemente sea un espía de la CIA que decidió quedarse a jugar por Angola, algo así como el Síndrome de Estocolmo. El colmo, igual, es el Hombre Peker, que parece que va a dejar a Tévez arafue para poner a Saviola. Tévez, sin duda, tiene un gran poder de representación que a Saviola le falta. Tiene la cara quemada -es una especie de Hombre de la Máscara de Hierro- y encima no se achica nunca. Saviola es un significante, Tévez es el significado. Otra cosa que me alarma es que veo a Coloccini, un tipo espigado, de huevos y con un look setentoso -el look es esencial para ganar un mundial- , fuera del equipo para poner a un jugador que se llama Burdisso. Cuyo nombre, tranquilamente, podría ser un destino del colectivo 160: Claypole-Burdisso. En fin, mientras termino estás líneas todavía falta el segundo tiempo. La verdad, a esta altura, ya hincho por Angola. Hay un libro de poemas de Martín Gambarotta que está buenísimo y se llama "Angola". Se los recomiendo.
domingo, mayo 28, 2006
Programa 27/05/2006
Teach Me Sweetheart (The Fiery Furnaces)
The Denial Twist (The White Stripes)
Ghosts (Infantjoy)
Her Room (Anja Garbarek)
Even Thought of Coming Back (Kelley Stoltz)
Kissing the Lipless (The Shins)
I fall up (de My Squelchy Life, disco inédito de Brian Eno)
I'm Waiting for the Man (tema de Lou Reed, por Orchestral Manoeuvres in the Dark)
Disco de la semana: "Nicely and Nicely Done" (The Spinto Band)
Did I Tell You
Oh Mandy
My Secret (Jane Birkin)
Waltz #2 (Elliot Smith)
Honky Tonk (Miles Davis)
Security Joan (Donald Fagen)
Móvil: Paul Strozza, desde el Nacional, en recital de Pablo Dacal.
The Denial Twist (The White Stripes)
Ghosts (Infantjoy)
Her Room (Anja Garbarek)
Even Thought of Coming Back (Kelley Stoltz)
Kissing the Lipless (The Shins)
I fall up (de My Squelchy Life, disco inédito de Brian Eno)
I'm Waiting for the Man (tema de Lou Reed, por Orchestral Manoeuvres in the Dark)
Disco de la semana: "Nicely and Nicely Done" (The Spinto Band)
Did I Tell You
Oh Mandy
My Secret (Jane Birkin)
Waltz #2 (Elliot Smith)
Honky Tonk (Miles Davis)
Security Joan (Donald Fagen)
Móvil: Paul Strozza, desde el Nacional, en recital de Pablo Dacal.
miércoles, mayo 24, 2006
¡Feliz cumpleaños!
Pablo dice:
Acá pueden leer el anticipo de RS USA sobre los Basement Tapes de Bob Dylan, en el día de su sexagésimo quinto cumpleaños. Enjoy!
Acá pueden leer el anticipo de RS USA sobre los Basement Tapes de Bob Dylan, en el día de su sexagésimo quinto cumpleaños. Enjoy!
lunes, mayo 22, 2006
No goce civilidad o Cogido in celda vi
O su anagrama, El código Da Vinci. Que es la peor novela que leí en mi vida. Lejos. La versión estrenada la semana pasada en los cines no es la peor película que vi -lo que no quiere decir que sea menos bochornosa que la novela, sólo que estuve en contacto con más películas malas que libros malos- pero también tiene una singularidad: es una de las peores adaptaciones de una novela a la pantalla. Que el material de origen tuviera tantos agujeros y tal fragilidad lógica (en particular para un libro centrado en la racionalidad de sus protagonistas y en su capacidad para resolver enigmas, aunque tomados, los más complejos, de la página de juegos del Billiken), debió haber sido una ayuda. No hubiera costado casi nada, a un guionista apenas pasable, corregir todas las tonterías argumentales de Dan Brown, arreglar los diálogos imposibles y suprimir las 30 o 40 escenas que el libro tiene de más por reiterativas, circulares o endebles. Pero la novela fue un éxito tan grande y el autor debe haber llegado a la mesa de negociaciones con tanto poder que evidentemente se decidió dejar todo tal cual. Eso o Akiva Goldsman es un guionista mucho más incompetente de lo que todas sus películas hasta ahora -no hay una buena, la mejor es Yo, Robot- habían demostrado.
El comienzo del libro/film es irremontable y anticipa todos los problemas que vendrán. ¿Por qué seguí leyendo, entonces? Porque es un libro que te adula. El gancho del libro no pasa sólo por la calculada estrategia de complacencia al lector que consiste en que uno resuelve cada enigma cinco párrafos antes que el protagonista y, en consecuencia se siente más inteligente que el personaje más inteligente del libro, sino también porque te hace sentir superior al resto del mundo. Es un libro para gente que nunca leyó un libro o que intentó leer uno y se aburrió. Tiene un cliffhanger, un situación que queda en suspenso, cada dos párrafos (“y entonces Langdon vio algo terrible” y no te dice que es eso terrible hasta seis páginas después, cuando te enteras que lo terrible son las ideas que tiene Dan Brown no lo que vio el personaje, que era una estupidez). No plantea ninguna dificultad a la lectura: se lee rápido y sin barrera alguna, casi como ver tele. Si nada esto te captura, porque sos una persona que lee y reconoces esos mecanismos burdos, entonces, al leer te preguntas “¿cómo puede ser que haya millones de idiotas que no se dan cuenta de la bosta que es esto?” y ese sentimiento, para alguien de cierta veleidad intelectual como yo, es gratificante. Y seguis solo para seguir sintiendote superior y confirmando, página a página, como todos fueron estafados. Claro que solo te das cuenta de eso después de haber pagado tu ejemplar.
El inicio prometido: El curador del Louvre corre por los pasillos desiertos del museo a la medianoche. Lo persigue una figura tenebrosa y renga. Esa dificultad para desplazarse no le impide alcanzar al curador que corre. Cuando se ve acorralado, el hombre descuelga uno de los cuadros de las paredes, acción que dispara el sistema de alarma del museo y acciona rejas que aíslan las salas. El acosador queda de un lado de la reja, su presa de otro. Por entre los barrotes pasa un arma, le dispara en el estómago al curador y se va. ¿Por qué no lo remata? (La película no da explicación. En la novela es para que la víctima sufra antes de morir ¡?!). La razón es, claro, porque Brown necesita que el personaje quede a solas en el museo durante un rato para plantar todos los enigmas en los cuadros de Leonardo. Este hombre, con una herida en el vientre, tiene tiempo para desplazarse por varias salas, visitar tres cuadros, escribir otros tantos anagramas, desnudarse, pintar el suelo con su sangre y disponerse para morir en la posición del hombre de Vitrubio. En la novela se dice que son unos veinte minutos, si no me acuerdo mal. ¡Es decir que si se descuelga un Leonardo en el Louvre pasa casi media hora hasta que aparece alguien a ver que sucede! Es un ejemplo perfecto de una situación mal concebida. Y esa es solo la primera escena. Cuando los protagonistas (una criptógrafa y un experto en simbología) se preguntan si un texto será arameo, sánscrito o alguna lengua inventada para descubrir diez paginas después (y nueve paginas mas tarde que el lector) que es inglés (o castellano en la traduccion) escrito de atrás para adelante, ya pensas que no es coincidencia que “down” pueda ser parte de un anagrama de Dan Brown.
Pero volviendo a la película: no aprovecha, como decía antes, que el libro hace tan fácil la tarea de mejorarlo sino que reproduce todos sus dislates y agrega problemas elementales de la adaptación que no supo resolver. Como quiere meter todas las explicaciones y las argumentaciones “interesantes” de libro (el santo grial no es un cáliz sino una mujer, etc) tiene larguísimas parrafadas en off duplicadas por la imágenes. Tom Hank dice en off “los templarios cuidaron el cadáver de Maria Magdalena” o algo asi y se ve a un caballero templario arrodillándose frente a la tumba de Maria Magdalena. La redundancia y la lentitud son problemas que la película encontró sin necesidad de que existan en el libro.
Pero hay problemas mayores. Una adaptación de un medio a otro no tiene porque ser fiel a nada, siempre y cuando funcione por mérito propio. Pero si elige ser fiel a algo, debería serlo a aquello que resulta más significativo de lo que se pretende adaptar. Eso dependerá de la fuente. Por eso se dice que hay textos infilmables, que son aquellos en los que lo más significativo pasa por el trabajo con el lenguaje. En el caso de la novela de Dan Brown, hay una estructura de acumulación de enigmas que la película reproduce mal y un conjunto de ideas que la película traiciona. No sólo es una mala adaptación. Es una adaptación que dice lo contrario que dice el libro.
En medio de su trama de enigmas, la novela argumenta que la iglesia se ocupó de borrar lo femenino de la historia occidental. Que la doctrina de Jesus fue continuada por Maria Magdalena (cuya sangre, o linaje, es el santo grial), a quien, con mentiras, falacias, etc. la iglesia se ocupo de silenciar y denigrar. Los protagonistas son dos: Robert Langdon, experto en simbologia, y Sophie Neveu, criptóloga y nieta del curador asesinado. En el libro, que la mujer sea experta en criptologia sirve para que ayude a resolver varios de los enigmas. En la película, en cambio, no sirve de nada ya que ni una sola vez utiliza su profesión. Como Tom Hanks es la estrella, tiene que ser quien lleve adelante el relato: es él quien soluciona todo. El único rol del personaje femenino es hacer las preguntas idiotas que haría quien los realizadores imaginan como un espectador medio: “¿pero... qué es el opus dei?” (sic). Esta mujer no tiene otra funcion que dar pie a los dialogos explicativos de Tom Hanks, carece de importancia, de voz, de punto de vista, de peso narrativo. Es decir, la adaptación borro al personaje femenino del El Codigo Da Vinci, lo convirtio en una funcion menor del relato, para dar mayor protagonismo a su estrella masculina. Esto no es algo tangencial, es muy notorio. Tom Hanks hace, resuelve, descubre. La momia Audrie Tatou es un testigo pasivo ya que, en una película hecha por un estudio con megaestrellas, los avances narrativos deben caer en la figura más importante del cast. Si la novela tenía la intensión de ofrecer una reivindicación de la femineidad al hacer que el hijo de Jesus sea una mujer (ops, conté el final: Sophie es la heredera del linaje de Jesus), la estructura de la película la erradica, reduciendo al personaje femenino una imbecil que hace preguntas de iletrado y, en el mejor de los casos, a un resorte para el lucimiento de su estrella. No es que la novela fuera un tratado de pos feminismo digno de Judith Butler, pero por lo menos había cierta coherencia entre su forma y sus intensiones manifiestas dada por una mayor generosidad con su personaje femenino. La película, en cambio, se encarga hasta de destruir eso.
El comienzo del libro/film es irremontable y anticipa todos los problemas que vendrán. ¿Por qué seguí leyendo, entonces? Porque es un libro que te adula. El gancho del libro no pasa sólo por la calculada estrategia de complacencia al lector que consiste en que uno resuelve cada enigma cinco párrafos antes que el protagonista y, en consecuencia se siente más inteligente que el personaje más inteligente del libro, sino también porque te hace sentir superior al resto del mundo. Es un libro para gente que nunca leyó un libro o que intentó leer uno y se aburrió. Tiene un cliffhanger, un situación que queda en suspenso, cada dos párrafos (“y entonces Langdon vio algo terrible” y no te dice que es eso terrible hasta seis páginas después, cuando te enteras que lo terrible son las ideas que tiene Dan Brown no lo que vio el personaje, que era una estupidez). No plantea ninguna dificultad a la lectura: se lee rápido y sin barrera alguna, casi como ver tele. Si nada esto te captura, porque sos una persona que lee y reconoces esos mecanismos burdos, entonces, al leer te preguntas “¿cómo puede ser que haya millones de idiotas que no se dan cuenta de la bosta que es esto?” y ese sentimiento, para alguien de cierta veleidad intelectual como yo, es gratificante. Y seguis solo para seguir sintiendote superior y confirmando, página a página, como todos fueron estafados. Claro que solo te das cuenta de eso después de haber pagado tu ejemplar.
El inicio prometido: El curador del Louvre corre por los pasillos desiertos del museo a la medianoche. Lo persigue una figura tenebrosa y renga. Esa dificultad para desplazarse no le impide alcanzar al curador que corre. Cuando se ve acorralado, el hombre descuelga uno de los cuadros de las paredes, acción que dispara el sistema de alarma del museo y acciona rejas que aíslan las salas. El acosador queda de un lado de la reja, su presa de otro. Por entre los barrotes pasa un arma, le dispara en el estómago al curador y se va. ¿Por qué no lo remata? (La película no da explicación. En la novela es para que la víctima sufra antes de morir ¡?!). La razón es, claro, porque Brown necesita que el personaje quede a solas en el museo durante un rato para plantar todos los enigmas en los cuadros de Leonardo. Este hombre, con una herida en el vientre, tiene tiempo para desplazarse por varias salas, visitar tres cuadros, escribir otros tantos anagramas, desnudarse, pintar el suelo con su sangre y disponerse para morir en la posición del hombre de Vitrubio. En la novela se dice que son unos veinte minutos, si no me acuerdo mal. ¡Es decir que si se descuelga un Leonardo en el Louvre pasa casi media hora hasta que aparece alguien a ver que sucede! Es un ejemplo perfecto de una situación mal concebida. Y esa es solo la primera escena. Cuando los protagonistas (una criptógrafa y un experto en simbología) se preguntan si un texto será arameo, sánscrito o alguna lengua inventada para descubrir diez paginas después (y nueve paginas mas tarde que el lector) que es inglés (o castellano en la traduccion) escrito de atrás para adelante, ya pensas que no es coincidencia que “down” pueda ser parte de un anagrama de Dan Brown.
Pero volviendo a la película: no aprovecha, como decía antes, que el libro hace tan fácil la tarea de mejorarlo sino que reproduce todos sus dislates y agrega problemas elementales de la adaptación que no supo resolver. Como quiere meter todas las explicaciones y las argumentaciones “interesantes” de libro (el santo grial no es un cáliz sino una mujer, etc) tiene larguísimas parrafadas en off duplicadas por la imágenes. Tom Hank dice en off “los templarios cuidaron el cadáver de Maria Magdalena” o algo asi y se ve a un caballero templario arrodillándose frente a la tumba de Maria Magdalena. La redundancia y la lentitud son problemas que la película encontró sin necesidad de que existan en el libro.
Pero hay problemas mayores. Una adaptación de un medio a otro no tiene porque ser fiel a nada, siempre y cuando funcione por mérito propio. Pero si elige ser fiel a algo, debería serlo a aquello que resulta más significativo de lo que se pretende adaptar. Eso dependerá de la fuente. Por eso se dice que hay textos infilmables, que son aquellos en los que lo más significativo pasa por el trabajo con el lenguaje. En el caso de la novela de Dan Brown, hay una estructura de acumulación de enigmas que la película reproduce mal y un conjunto de ideas que la película traiciona. No sólo es una mala adaptación. Es una adaptación que dice lo contrario que dice el libro.
En medio de su trama de enigmas, la novela argumenta que la iglesia se ocupó de borrar lo femenino de la historia occidental. Que la doctrina de Jesus fue continuada por Maria Magdalena (cuya sangre, o linaje, es el santo grial), a quien, con mentiras, falacias, etc. la iglesia se ocupo de silenciar y denigrar. Los protagonistas son dos: Robert Langdon, experto en simbologia, y Sophie Neveu, criptóloga y nieta del curador asesinado. En el libro, que la mujer sea experta en criptologia sirve para que ayude a resolver varios de los enigmas. En la película, en cambio, no sirve de nada ya que ni una sola vez utiliza su profesión. Como Tom Hanks es la estrella, tiene que ser quien lleve adelante el relato: es él quien soluciona todo. El único rol del personaje femenino es hacer las preguntas idiotas que haría quien los realizadores imaginan como un espectador medio: “¿pero... qué es el opus dei?” (sic). Esta mujer no tiene otra funcion que dar pie a los dialogos explicativos de Tom Hanks, carece de importancia, de voz, de punto de vista, de peso narrativo. Es decir, la adaptación borro al personaje femenino del El Codigo Da Vinci, lo convirtio en una funcion menor del relato, para dar mayor protagonismo a su estrella masculina. Esto no es algo tangencial, es muy notorio. Tom Hanks hace, resuelve, descubre. La momia Audrie Tatou es un testigo pasivo ya que, en una película hecha por un estudio con megaestrellas, los avances narrativos deben caer en la figura más importante del cast. Si la novela tenía la intensión de ofrecer una reivindicación de la femineidad al hacer que el hijo de Jesus sea una mujer (ops, conté el final: Sophie es la heredera del linaje de Jesus), la estructura de la película la erradica, reduciendo al personaje femenino una imbecil que hace preguntas de iletrado y, en el mejor de los casos, a un resorte para el lucimiento de su estrella. No es que la novela fuera un tratado de pos feminismo digno de Judith Butler, pero por lo menos había cierta coherencia entre su forma y sus intensiones manifiestas dada por una mayor generosidad con su personaje femenino. La película, en cambio, se encarga hasta de destruir eso.
viernes, mayo 19, 2006
Mañana no hay programa
Rock & Pop transmite en vivo el show de los Ratones Paranoicos.
Dos consuelos: el recital es en All Boys, el mejor club del mundo, y al menos no es por La Mancha de Rolando.
Hasta el sábado 27/05.
Dos consuelos: el recital es en All Boys, el mejor club del mundo, y al menos no es por La Mancha de Rolando.
Hasta el sábado 27/05.
jueves, mayo 18, 2006
Levrero
Es muy saludable la llegada de Interzona, una editorial que viene publicando muy buenos libros. Uno de ellos, de reciente aparición, es "El discurso vacío", del uruguayo Mario Levrero, fallecido en el 2004. Empecé a leerlo ayer y ya casi lo estoy terminando. Es un libro corto, ágil y, para mi gusto, muy entretenido, con algunos fragmentos notables, como éste:
"... no conozco ninguna creencia auténtica, es decir, coherente con la realidad, que arroje resultados prácticos interesantes. Aunque toda creencia es falsa, es decir, no coherente con la realidad de los hechos, en tanto que una creencia es algo limititativo, pobre, incapaz de abarcar toda la rica variedad y dimensionalidad del Universo; pero justamente, por ser limitativa, y mientras no sea descabelladamente delirante -y a veces a pesar de serlo-, la creencia produce un efecto sumamente eficaz, concentrado, en toda acción. De modo que para triunfar en la vida es preciso creer en algo, o sea estar, por definición, equivocado".
"... no conozco ninguna creencia auténtica, es decir, coherente con la realidad, que arroje resultados prácticos interesantes. Aunque toda creencia es falsa, es decir, no coherente con la realidad de los hechos, en tanto que una creencia es algo limititativo, pobre, incapaz de abarcar toda la rica variedad y dimensionalidad del Universo; pero justamente, por ser limitativa, y mientras no sea descabelladamente delirante -y a veces a pesar de serlo-, la creencia produce un efecto sumamente eficaz, concentrado, en toda acción. De modo que para triunfar en la vida es preciso creer en algo, o sea estar, por definición, equivocado".
sábado, mayo 13, 2006
programa 13-05
Survival (Bob Marley& The Wailers)
Bird in hand (Lee Perry & The Upsetters)
Zanna (Anna Domino)
Fade Away (New Age Steppers)
Redemption song (Johnny Cash & Joe Strummer)
Helpless (Nick Cave)
Everything kills you (Echo & The Bunnyman)
Why do lovers? (Richard Ashcroft)
Charla y minirecital de Adamantino
3 tracks
Disco de la semana The Rose has teeth in the mouth of a beast de Matmos:
Steam & Sequins for Larry Levan
Public Sex for Boyd McDonald
Passion (Nightmares on wax)
Keeping up with your quota (Prefuse 73)
Bird in hand (Lee Perry & The Upsetters)
Zanna (Anna Domino)
Fade Away (New Age Steppers)
Redemption song (Johnny Cash & Joe Strummer)
Helpless (Nick Cave)
Everything kills you (Echo & The Bunnyman)
Why do lovers? (Richard Ashcroft)
Charla y minirecital de Adamantino
3 tracks
Disco de la semana The Rose has teeth in the mouth of a beast de Matmos:
Steam & Sequins for Larry Levan
Public Sex for Boyd McDonald
Passion (Nightmares on wax)
Keeping up with your quota (Prefuse 73)
miércoles, mayo 10, 2006
La cueva de Jerry, by Fabián Casas
(Este texto -el inicio al tuntún de una novela en curso- tiene la única función de arengar a Pol Strozza para que lo baje y postee something).
A los nueve años me enamoré de una chica. Era invierno y estábamos en el colegio. Llegó el verano y comprobé, horrorizado, que coincidíamos en la pileta de San Lorenzo. Jorge Rinaldi, uno de los jugadores más grandes que vi en mi vida, también se paseaba por la pileta. Era algo así como un guardavidas. El cuidaba que no nos hundiéramos en la de tres metros. El problema, con la chica dando vueltas por ahí, era que yo no sabía nadar. Así que le puse garra y aprendí solo. Iba por la mañana bien temprano y le daba y le daba. A la semana, ya me tiraba de cabeza, practicaba un crawl berreta y hasta me daba el lujo de tirarme desde el trampolín.
Nunca pude aprender nada sistemáticamente. Siempre tuve que aprender todo por mi cuenta. Soy un estafador. La canción "A mi manera", que canta Sinatra, me viene justo. He sido terapeuta, periodista, boxeador, artesano, cocinero, mecanógrafo con dos dedos, etc. Algunos dicen que soy poeta y que formo parte de la generación del noventa. No puedo desmentir a nadie, porque todo es mentira.
Cuando empecé a escribir poemas largos, un poeta que yo admiraba mucho, me dijo: "¿Para qué te metés a escribir poemas largos si los poemas cortos tuyos están bien?". No le hice caso. Después empecé a escribir relatos y vino la misma cantinela. Ahora estoy aprendiendo karate. Tengo un instructor que se llama Koki. Es japonés y tiene casi la mitad de mis años: 21. Le dije que quería que me pusiera de movida el cinturón negro y que, de ahí en adelante, me fuera degradando hasta llegar al blanco. Me miró fijo y no me contestó. Casi no habla castellano.
La primera de estas tres historias que de manera insensata me veo empujado a escribir habla de un niñín. Lo conocí hace muchos años y ya no está entre nosotros (Dios lo tenga en la gloria). Era un niñín, pero todos le decíamos El Hombrecito. Se parecía al Principito de Saint Exupery pero con hidrocefalia. Como las personas que tienen los días contados, vivía como un haiku. Es decir, profundamente y de manera vertical. Todos deberíamos hacerlo así.
El nombre de Guido Gidotti, que aparece en los dos relatos posteriores, lo tomé de un compañero que tuve en el diario Olé, donde trabajé varios años. Puede ser que parte de este relato esté motorizado por lo mal que me caen los periodistas deportivos. La verdad, los detesto, amigos. Sergio Narváez, el otro personaje, ya apareció en "Casa con diez pinos", de Los Lemmings. Esta vez tiene que guiar a un filósofo que se llama Fernando Sanater. La cosa es tan obvia que ni vale la pena explicarla. Sí, es de cuarta. ¡Pero yo no soy Bertrand Russell!
Este prólogo tiene la única misión de ponerme en marcha. Como decía César Vallejo: me pongo el piloto no porque está lloviendo, sino para que llueva. También en los relatos aparece brevemente un fragmento de una novela de Ciencia Ficción: "El remisero absoluto". Y los personajes se divierten con un programa nocturno llamado "Sardina y Bob". Todos homenajes a mi admirado amigo Pedrito Mairal.
Una vez, en los campeonatos Evita, tuve que patear un penal decisivo. El arco, que era de siete metros, se me achicó hasta parecer la puertita de la madriguera de Jerry, el ratoncito. Eso es lo que siento cuando empiezo a escribir.
A los nueve años me enamoré de una chica. Era invierno y estábamos en el colegio. Llegó el verano y comprobé, horrorizado, que coincidíamos en la pileta de San Lorenzo. Jorge Rinaldi, uno de los jugadores más grandes que vi en mi vida, también se paseaba por la pileta. Era algo así como un guardavidas. El cuidaba que no nos hundiéramos en la de tres metros. El problema, con la chica dando vueltas por ahí, era que yo no sabía nadar. Así que le puse garra y aprendí solo. Iba por la mañana bien temprano y le daba y le daba. A la semana, ya me tiraba de cabeza, practicaba un crawl berreta y hasta me daba el lujo de tirarme desde el trampolín.
Nunca pude aprender nada sistemáticamente. Siempre tuve que aprender todo por mi cuenta. Soy un estafador. La canción "A mi manera", que canta Sinatra, me viene justo. He sido terapeuta, periodista, boxeador, artesano, cocinero, mecanógrafo con dos dedos, etc. Algunos dicen que soy poeta y que formo parte de la generación del noventa. No puedo desmentir a nadie, porque todo es mentira.
Cuando empecé a escribir poemas largos, un poeta que yo admiraba mucho, me dijo: "¿Para qué te metés a escribir poemas largos si los poemas cortos tuyos están bien?". No le hice caso. Después empecé a escribir relatos y vino la misma cantinela. Ahora estoy aprendiendo karate. Tengo un instructor que se llama Koki. Es japonés y tiene casi la mitad de mis años: 21. Le dije que quería que me pusiera de movida el cinturón negro y que, de ahí en adelante, me fuera degradando hasta llegar al blanco. Me miró fijo y no me contestó. Casi no habla castellano.
La primera de estas tres historias que de manera insensata me veo empujado a escribir habla de un niñín. Lo conocí hace muchos años y ya no está entre nosotros (Dios lo tenga en la gloria). Era un niñín, pero todos le decíamos El Hombrecito. Se parecía al Principito de Saint Exupery pero con hidrocefalia. Como las personas que tienen los días contados, vivía como un haiku. Es decir, profundamente y de manera vertical. Todos deberíamos hacerlo así.
El nombre de Guido Gidotti, que aparece en los dos relatos posteriores, lo tomé de un compañero que tuve en el diario Olé, donde trabajé varios años. Puede ser que parte de este relato esté motorizado por lo mal que me caen los periodistas deportivos. La verdad, los detesto, amigos. Sergio Narváez, el otro personaje, ya apareció en "Casa con diez pinos", de Los Lemmings. Esta vez tiene que guiar a un filósofo que se llama Fernando Sanater. La cosa es tan obvia que ni vale la pena explicarla. Sí, es de cuarta. ¡Pero yo no soy Bertrand Russell!
Este prólogo tiene la única misión de ponerme en marcha. Como decía César Vallejo: me pongo el piloto no porque está lloviendo, sino para que llueva. También en los relatos aparece brevemente un fragmento de una novela de Ciencia Ficción: "El remisero absoluto". Y los personajes se divierten con un programa nocturno llamado "Sardina y Bob". Todos homenajes a mi admirado amigo Pedrito Mairal.
Una vez, en los campeonatos Evita, tuve que patear un penal decisivo. El arco, que era de siete metros, se me achicó hasta parecer la puertita de la madriguera de Jerry, el ratoncito. Eso es lo que siento cuando empiezo a escribir.
jueves, mayo 04, 2006
El final soñado
Pablo dice:
All at sea again
And now my hurricanes have brought down this ocean rain
To bathe me again
My ship's a sail
Can you hear its tender frame
Screaming from beneath the waves
Screaming from beneath the waves
All hands on deck at dawn
Sailing to sadder shores
Your port in my heavy storms
Harbours the blackest thoughts
I'm at sea again
And now your hurricanes have brought down this ocean rain
To bathe me again
My ship's a sail
Can you hear its tender frame
Screaming from beneath the waves
Screaming from beneath the waves...
All hands on deck at dawn
Sailing to sadder shores
Your port in my heavy storms
Harbours the blackest thoughts
All hands on deck at dawn
Sailing to sadder shores
Your port in my heavy storms
Harbours the blackest thoughts
All at sea again
And now my hurricanes have brought down this ocean rain
To bathe me again
My ship's a sail
Hear its tender frame
Screaming from beneath the waves
Screaming from beneath your waves
Screaming from beneath the waves
Screaming from beneath the waves
All hands on deck at dawn
Sailing to sadder shores
Your port in my heavy storms
Harbours the blackest thoughts
PS: ¿Para cuándo el disco de Mac con una sinfónica estilo Neil Hannon, y con un look circa What Are You Going To Do With Your Life, fumando todo el show y demostrando que sí, que es el Sinatra de su generación?
All at sea again
And now my hurricanes have brought down this ocean rain
To bathe me again
My ship's a sail
Can you hear its tender frame
Screaming from beneath the waves
Screaming from beneath the waves
All hands on deck at dawn
Sailing to sadder shores
Your port in my heavy storms
Harbours the blackest thoughts
I'm at sea again
And now your hurricanes have brought down this ocean rain
To bathe me again
My ship's a sail
Can you hear its tender frame
Screaming from beneath the waves
Screaming from beneath the waves...
All hands on deck at dawn
Sailing to sadder shores
Your port in my heavy storms
Harbours the blackest thoughts
All hands on deck at dawn
Sailing to sadder shores
Your port in my heavy storms
Harbours the blackest thoughts
All at sea again
And now my hurricanes have brought down this ocean rain
To bathe me again
My ship's a sail
Hear its tender frame
Screaming from beneath the waves
Screaming from beneath your waves
Screaming from beneath the waves
Screaming from beneath the waves
All hands on deck at dawn
Sailing to sadder shores
Your port in my heavy storms
Harbours the blackest thoughts
PS: ¿Para cuándo el disco de Mac con una sinfónica estilo Neil Hannon, y con un look circa What Are You Going To Do With Your Life, fumando todo el show y demostrando que sí, que es el Sinatra de su generación?
miércoles, mayo 03, 2006
Función social de la poesía, by Fabián Casas
Elvio Gandolfo es un escritor notable. Tiene varios libros cuya morfología puede ser -a simple vista- la de la prosa, pero su información genética es la de la poesía. La Reina de las nieves, Caminando alrededor, dos grandes textos. Bueno, una tarde, en su casa de Buenos Aires -no sé si lo hace todavía, pero en ese entonces vivía saltando entre Buenos Aires y Montevideo- me leyó un texto de un libro suyo que se mantiene inédito aún hoy.
Era un libro sobre escritores que le gustaban y que, también, había tratado. El capítulo en cuestión trataba de El Zorro, un sobrenombre que Elvio le había puesto a un escritor que ambos admirábamos y que, también, había formado parte de nuestras vidas en diferentes momentos. Me parece que el apodo es genial y lo voy a utilizar yo también en esto que quiero contar.
La primera noticia que tuve del Zorro vino de la mano de Daniel Durand. En ese entonces teníamos maratónicas reuniones en su casa, con un grupo de amigos con los que hacíamos una revista que se llamó 18 Buitres. Después de la reunión, nos tirábamos a la marchanta en los sillones, almohadones, piso, etc., para leernos cosas, escuchar música y fumar. En uno de esos retiros espirituales, Durand me pasó un libro muy finito y me dijo que el autor era entrerriano, como él, y que la rompía escribiendo. Era el Zorro. El libro se llamaba La Piel de Caballo. Y Durand tenía razón: era genial.
Por esas vicisitudes de la literatura -algo que ahora francamente me espanta, como las presentaciones de brolis, pero de lo que en ese entonces era asiduo- conocimos al Zorro. Habíamos escuchado que era un tipo difícil, que había formado parte del mítico Literal, con la delantera García-Guzmán-Lamborghini y poco más.
Con el tiempo, llegué a ser amigo del Zorro. Que es lo mismo que hacerse amigo de una araña pollito. El Zorro solía pasar por mi casa una vez por semana para tomar un vino e invariablemente ambos terminábamos borrachos. Pasaron los años, cambiaron los gobiernos, algunos amigos se reprodujeron y llegué a mis treinta con una falla en alguna parte de mi ánimo. Caronte me había inclinado el partido y casi no podía salir de mi casa si no me bajaba una colección de barbitúricos.
El Zorro me dijo que fuera a nadar, que eso servía para combatir la depresión. El era un veterano del pánico y sabía. También me dijo que lo que yo tenía era El Horla. Que Maupassant había escrito -antes de terminar loco- un relato increíble sobre él y que, ¡oh casualidad!, el Zorro había traducido. Me regaló la edición junto a un libro suyo de los setenta, llamado La Obsesión del Espacio. Este libro de poemas también era genial.
Hace poco el Zorro enfermó. Con Santiago -un amigo que también escribe poesía y que le debe mucho a los libros del Zorro, tanto que uno de sus libros lleva su nombre- lo acompañamos para que se haga una resonancia magnética en un sanatorio de su obra social. Era un domingo por la noche. El Zorro tiene dificultades para caminar (lo hace como un pingüino embolsado), así que lo pasamos a buscar por su casa y lo llevamos y trajimos en taxi.
Ya en el sanatorio, nos sentamos en la sala de espera, uno a cada lado suyo. Frente a nosotros estaba sentada una pareja formada por un rugbier vestido impecablemente en Legacy y una mujer rubia que tenía los ojos rojos post llanto. El rugbier, de a ratos, la abrazaba. El Zorro es sordo, así que habla en voz alta. Decía cosas como: "¡En los libros de Osvaldo Lamborghini no se mueve nada!". O: "¡La parodia es insoportable!". Hasta que una enfermera nos anunció que le había llegado la hora.
Lo ayudamos a levantarse mientras el médico nos informaba que uno de los dos teníamos que pasar con él. Fui yo. Pasamos a un vestuario donde ambos teníamos que sacarnos los relojes, cadenas, llaves, etc. El Zorro se tuvo que sacar el audífono. Entonces vino un médico y , dándose cuenta de que el Zorro no lo iba a escuchar, optó por hacerme preguntas a mí sobre la salud del paciente: qué enfermedades había tenido, si era alérgico, etc. Le dije que se fijara en la historia clínica porque yo no sabía mucho sobre él. Me acuerdo que pensé que era poco lo que sabía en verdad sobre El Zorro. "¿Pero usted no es pariente?", me dijo el doc. "No -dije, buscando las palabras justas, como Urondo-, soy un fan". El tipo es un gran escritor, agregué. El médico hizo silencio y me preguntó cómo se llamaba. Se lo dije. Más silencio. No, nunca lo leí, me dijo.
Después El Zorro, yo y el médico entramos en recinto similar a un estudio de radio, pero, en vez de la mesa con los micrófonos había una camilla donde hacían recostar al paciente. Una vez puesto ahí, la camilla se movía hasta penetrar en un especie de horno y un ruido poderoso sonaba por todo el recinto. La mitad del cuerpo del Zorro estaba adentro de eso. Yo me senté a su lado, en una silla de plástico y me puse unos auriculares que me dieron. Después de media hora, lo sacaron afuera, pero no lo bajaron de la camilla. Entró uno de los médicos que accionaba la máquina y sacando una jeringa, le inyectó algo al Zorro en el brazo derecho. "Es para tener más contraste", me dijo. Después le volvieron a dar otro golpe de horno magnético.
Ahora me río, porque me acuerdo que la primera vez que lo sacan, el Zorro -como si la conversación de la sala de estar continuara- me dijo: "¡Basta de parodia!". Me acuerdo también que el médico que lo inyectaba me miró como preguntándome si estaba loco.
Hace unos días almorcé con Daniel Helder, otro amigo que también escribe poesía. Me contó que lo había ayudado al Zorro en su última mudanza. Las mudanzas del Zorro son míticas, de hecho, en las cotratapas de sus libros -que el mismo escribe, como Odracir Nazarayes, cambiando las letras de su nombre- se dice que ha perdido infinidad de novelas inéditas saltando de hotel en hotel. Helder me contó que El Zorro estaba sentado en un colchón pelado, como un mono desnudo, mientras él y otros le movían los muebles. De golpe, me dijo, me encontré con una foto vieja, donde él estaba muy joven, corriendo, vestido de deportista. "¡Qué estás mirando!", le gritó El Zorro. Y cuando Helder le pasó la foto, El Zorro la agarró con la mano y la puso a un brazo de distancia y desde ahí la escrutó, casi en trance.
Dicen que El Zorro era un tipo muy fachero. Que siempre estaba vestido de manera elegante. Bilingüe, solía gastar a Guzmán, García y Lamborghini a quienes llamaba, despectivamente, “los analfa”. En fin, un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor de mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos, se modifican para siempre en la percepción de sus lectores. Algunas de las palabras que él utiliza, se vuelven más intensas y le sirven a otros para decir algo que no sabían cómo hacerlo. Y más. Cuando el partido se complica, aparecen tipos que, desinteresadamente, lo ayudan a ser más digno frente a las insistencias de Caronte. Sólo porque escribió.
Era un libro sobre escritores que le gustaban y que, también, había tratado. El capítulo en cuestión trataba de El Zorro, un sobrenombre que Elvio le había puesto a un escritor que ambos admirábamos y que, también, había formado parte de nuestras vidas en diferentes momentos. Me parece que el apodo es genial y lo voy a utilizar yo también en esto que quiero contar.
La primera noticia que tuve del Zorro vino de la mano de Daniel Durand. En ese entonces teníamos maratónicas reuniones en su casa, con un grupo de amigos con los que hacíamos una revista que se llamó 18 Buitres. Después de la reunión, nos tirábamos a la marchanta en los sillones, almohadones, piso, etc., para leernos cosas, escuchar música y fumar. En uno de esos retiros espirituales, Durand me pasó un libro muy finito y me dijo que el autor era entrerriano, como él, y que la rompía escribiendo. Era el Zorro. El libro se llamaba La Piel de Caballo. Y Durand tenía razón: era genial.
Por esas vicisitudes de la literatura -algo que ahora francamente me espanta, como las presentaciones de brolis, pero de lo que en ese entonces era asiduo- conocimos al Zorro. Habíamos escuchado que era un tipo difícil, que había formado parte del mítico Literal, con la delantera García-Guzmán-Lamborghini y poco más.
Con el tiempo, llegué a ser amigo del Zorro. Que es lo mismo que hacerse amigo de una araña pollito. El Zorro solía pasar por mi casa una vez por semana para tomar un vino e invariablemente ambos terminábamos borrachos. Pasaron los años, cambiaron los gobiernos, algunos amigos se reprodujeron y llegué a mis treinta con una falla en alguna parte de mi ánimo. Caronte me había inclinado el partido y casi no podía salir de mi casa si no me bajaba una colección de barbitúricos.
El Zorro me dijo que fuera a nadar, que eso servía para combatir la depresión. El era un veterano del pánico y sabía. También me dijo que lo que yo tenía era El Horla. Que Maupassant había escrito -antes de terminar loco- un relato increíble sobre él y que, ¡oh casualidad!, el Zorro había traducido. Me regaló la edición junto a un libro suyo de los setenta, llamado La Obsesión del Espacio. Este libro de poemas también era genial.
Hace poco el Zorro enfermó. Con Santiago -un amigo que también escribe poesía y que le debe mucho a los libros del Zorro, tanto que uno de sus libros lleva su nombre- lo acompañamos para que se haga una resonancia magnética en un sanatorio de su obra social. Era un domingo por la noche. El Zorro tiene dificultades para caminar (lo hace como un pingüino embolsado), así que lo pasamos a buscar por su casa y lo llevamos y trajimos en taxi.
Ya en el sanatorio, nos sentamos en la sala de espera, uno a cada lado suyo. Frente a nosotros estaba sentada una pareja formada por un rugbier vestido impecablemente en Legacy y una mujer rubia que tenía los ojos rojos post llanto. El rugbier, de a ratos, la abrazaba. El Zorro es sordo, así que habla en voz alta. Decía cosas como: "¡En los libros de Osvaldo Lamborghini no se mueve nada!". O: "¡La parodia es insoportable!". Hasta que una enfermera nos anunció que le había llegado la hora.
Lo ayudamos a levantarse mientras el médico nos informaba que uno de los dos teníamos que pasar con él. Fui yo. Pasamos a un vestuario donde ambos teníamos que sacarnos los relojes, cadenas, llaves, etc. El Zorro se tuvo que sacar el audífono. Entonces vino un médico y , dándose cuenta de que el Zorro no lo iba a escuchar, optó por hacerme preguntas a mí sobre la salud del paciente: qué enfermedades había tenido, si era alérgico, etc. Le dije que se fijara en la historia clínica porque yo no sabía mucho sobre él. Me acuerdo que pensé que era poco lo que sabía en verdad sobre El Zorro. "¿Pero usted no es pariente?", me dijo el doc. "No -dije, buscando las palabras justas, como Urondo-, soy un fan". El tipo es un gran escritor, agregué. El médico hizo silencio y me preguntó cómo se llamaba. Se lo dije. Más silencio. No, nunca lo leí, me dijo.
Después El Zorro, yo y el médico entramos en recinto similar a un estudio de radio, pero, en vez de la mesa con los micrófonos había una camilla donde hacían recostar al paciente. Una vez puesto ahí, la camilla se movía hasta penetrar en un especie de horno y un ruido poderoso sonaba por todo el recinto. La mitad del cuerpo del Zorro estaba adentro de eso. Yo me senté a su lado, en una silla de plástico y me puse unos auriculares que me dieron. Después de media hora, lo sacaron afuera, pero no lo bajaron de la camilla. Entró uno de los médicos que accionaba la máquina y sacando una jeringa, le inyectó algo al Zorro en el brazo derecho. "Es para tener más contraste", me dijo. Después le volvieron a dar otro golpe de horno magnético.
Ahora me río, porque me acuerdo que la primera vez que lo sacan, el Zorro -como si la conversación de la sala de estar continuara- me dijo: "¡Basta de parodia!". Me acuerdo también que el médico que lo inyectaba me miró como preguntándome si estaba loco.
Hace unos días almorcé con Daniel Helder, otro amigo que también escribe poesía. Me contó que lo había ayudado al Zorro en su última mudanza. Las mudanzas del Zorro son míticas, de hecho, en las cotratapas de sus libros -que el mismo escribe, como Odracir Nazarayes, cambiando las letras de su nombre- se dice que ha perdido infinidad de novelas inéditas saltando de hotel en hotel. Helder me contó que El Zorro estaba sentado en un colchón pelado, como un mono desnudo, mientras él y otros le movían los muebles. De golpe, me dijo, me encontré con una foto vieja, donde él estaba muy joven, corriendo, vestido de deportista. "¡Qué estás mirando!", le gritó El Zorro. Y cuando Helder le pasó la foto, El Zorro la agarró con la mano y la puso a un brazo de distancia y desde ahí la escrutó, casi en trance.
Dicen que El Zorro era un tipo muy fachero. Que siempre estaba vestido de manera elegante. Bilingüe, solía gastar a Guzmán, García y Lamborghini a quienes llamaba, despectivamente, “los analfa”. En fin, un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor de mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos, se modifican para siempre en la percepción de sus lectores. Algunas de las palabras que él utiliza, se vuelven más intensas y le sirven a otros para decir algo que no sabían cómo hacerlo. Y más. Cuando el partido se complica, aparecen tipos que, desinteresadamente, lo ayudan a ser más digno frente a las insistencias de Caronte. Sólo porque escribió.
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